Al ser sensibles,
empáticos, nos resulta fácil ver lo mejor de la gente. Sin esfuerzo miramos más
allá de la máscara, de la fachada, de la personalidad, del ego, miramos lo
sagrado en el interior de los demás.
Con mucha facilidad vemos su dolor, sus decepciones, sus anhelos más profundos, incluso cuando nos atacan verbalmente, cuando nos humillan o cuando nos ignoran por completo. Nos resulta difícil juzgar, porque nos vemos a nosotros mismos también. Pueden burlarse, juzgarnos o criticarnos. Pueden humillarnos, insultarnos. Pueden ofendernos, no escucharnos, pisotearnos, diagnosticarnos, bloquearnos en sus corazones. Pueden rechazarnos a nosotros y a nuestro camino. Pueden anularnos, o reprimirnos. Sin embargo, los abrazamos con empatía. Entendemos sus necesidades, sus sentimientos, sus penas. Sentimos el dolor que no son capaces de sentir. Vemos su bondad subyacente, aunque su comportamiento sea menos que consciente. ¡Somos rápidos para perdonar! Nuestra tendencia, al ser empáticos, es ignorarnos a nosotros mismos en favor del “otro”. El “otro” es a quien tendemos a enviar nuestra atención amorosa. Llamamos a esto ‘altruismo’. ¡Y puede resultar agotador!
Con mucha facilidad vemos su dolor, sus decepciones, sus anhelos más profundos, incluso cuando nos atacan verbalmente, cuando nos humillan o cuando nos ignoran por completo. Nos resulta difícil juzgar, porque nos vemos a nosotros mismos también. Pueden burlarse, juzgarnos o criticarnos. Pueden humillarnos, insultarnos. Pueden ofendernos, no escucharnos, pisotearnos, diagnosticarnos, bloquearnos en sus corazones. Pueden rechazarnos a nosotros y a nuestro camino. Pueden anularnos, o reprimirnos. Sin embargo, los abrazamos con empatía. Entendemos sus necesidades, sus sentimientos, sus penas. Sentimos el dolor que no son capaces de sentir. Vemos su bondad subyacente, aunque su comportamiento sea menos que consciente. ¡Somos rápidos para perdonar! Nuestra tendencia, al ser empáticos, es ignorarnos a nosotros mismos en favor del “otro”. El “otro” es a quien tendemos a enviar nuestra atención amorosa. Llamamos a esto ‘altruismo’. ¡Y puede resultar agotador!
Tal vez como niños
aprendimos que nuestra propia experiencia de primera mano en tiempo real no era
válida, o confiable, o ni siquiera real. Aprendimos a desviar la atención de
nosotros mismos para volvernos cuidadores, apoyadores, terapeutas, sanadores,
salvadores, a muy temprana edad. Era una cuestión de supervivencia. Ser
egoísta era morir, psicológicamente. Hacer feliz al otro era una cuestión de
vida o muerte.
Cuido del otro, y estaré bien. Brindo apoyo al otro, sin importar lo mal que me trate, sin importar qué tanto confunda las cosas.
Cuido del otro, y estaré bien. Brindo apoyo al otro, sin importar lo mal que me trate, sin importar qué tanto confunda las cosas.
Aprendimos que: El
amor significaba necesitar y ser necesitado. El amor era condicional. El
amor era impredecible. El amor era algo por lo que teníamos que luchar,
mendigar; que teníamos que abandonarnos y anularnos por él. El amor era
algo que teníamos que dar para poder recibirlo; que no nos llegaba en forma
natural, que teníamos que ganárnoslo siendo niñas o niños “buenos”.
Después, permitimos que
los demás pasaran por encima de nosotros, que ignoraran nuestro propio dolor,
reprimiendo nuestra verdadera voz, y luchando por ser perfectos, intentando ser
buenos, espirituales, compasivos y tratando de estar “bien”. Creímos que éramos
“altruistas”, pero realmente, en el fondo, seguíamos luchando por nuestras
vidas. Tal vez atrajimos amigos, amantes y compañeros que no eran capaces
vernos, que no entendían o que no les gustaba nuestra sensibilidad, que no
estaban interesados en nuestros sentimientos y necesidades más profundas.
Compañeros a quienes tuvimos que cuidar, incluso salvar. Compañeros que no eran
compañeros, en el sentido profundo de la palabra. Compañeros que simplemente
estaban en un camino diferente. En el fondo, no nos sentimos realmente amados,
pero no sabíamos hacerlo de otra manera. Teníamos nuestro modelo de lo que era
el amor, y se sentía “seguro”.
Aquí hay una invitación
para comenzar a romper el ciclo de la adicción a la felicidad de los demás, la
adicción a sentirnos necesitados, la adicción a buscar amor donde no se puede
encontrar. ¡Hoy, deja que todo el mundo
se encargue de su propia felicidad! Descubre la felicidad dentro de ti.
Descubre tus pies en el suelo, tu respiración conforme sube y baja. Descubre
este profundo abrazo interno a tus pensamientos y sentimientos; este amor que
abraza la alegría tanto como el dolor, la dicha como el aburrimiento. Descubre
la emoción de recorrer tu propia senda, caminando en lo Desconocido, degustando
tu propio sabor.
No
puedes hacer felices a los demás, pero puedes inspirarlos a través de vivir tu
propia felicidad más plenamente. Puedes ser una llama que encienda a otros en
lugar de buscar desesperadamente que otros la enciendan.
En la mayoría de los casos, estarías esperando por siempre. Detén la espera.
Comienza a vivir. A veces tienes que ser
más egoísta para ser realmente “altruista”. Tan egoísta que dediques toda tu
vida a resplandecer majestuosamente, inspirando a los demás en lugar de tratar
de arreglarlos, esperando en vano que el amor fluya hacia ti. Sé empático, sí,
escucha atentamente, sí; comprende el dolor de los demás, sí; pero recuerda, no
tienes que arreglarlos. Y tu dolor también importa. Y no estás mal al esperar
que tus sentimientos y necesidades sean reconocidos. Mereces empatía
también. Mereces amor. Mereces ser escuchado. Siempre lo has merecido. Eres
valioso. Ya no tienes que probar tu valía una vez más. Así que hoy, regálate
una amable y empática atención. Inunda de amor cada parte de ti; comprométete a
no abandonarte más en nombre del “amor”, en nombre del “altruismo”, en nombre
de “ser bueno”. Porque el amor no es
algo que debas mendigar o ganar; es lo que irradias desde tu interior.
Jeff Foster
Fuente: Jeff Foster en español (Facebook)
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