Querido pequeño ser:
Quiero contarle algo extremadamente placentero e inesperado que me pasó: hace
tres días me acosté con el pequeño Bost. Naturalmente fui yo quien lo propuso,
el deseo era de ambos y durante el día manteníamos serias conversaciones
mientras que las noches se hacían intolerablemente pesadas. Una noche lluviosa,
en una granja de Tignes, estábamos tumbados de espaldas a diez centímetros uno
del otro y nos estuvimos observando más de una hora, alargando con diversos
pretextos el momento de ir a dormir. Al final me puse a reír tontamente
mirándolo y él me dijo: "¿De qué se ríe?". Y le contesté: "Me
estaba preguntando qué cara pondría si le propusiera acostarse conmigo". Y
replicó: "Yo estaba pensando que usted pensaba que tenía ganas de besarla
y no me atrevía". Remoloneamos aún un cuarto de hora más antes de que se
atreviera a besarme. Le sorprendió muchísimo que le dijera que siempre había
sentido muchísima ternura por él y anoche acabó por confesarme que hacía tiempo
que me amaba. Le he tomado mucho cariño. Estamos pasando unos días idílicos y
unas noches apasionadas. Me parece una cosa preciosa e intensa, pero es leve y
tiene un lugar muy determinado en mi vida: la feliz consecuencia de una
relación que siempre me había sido grata. Hasta la vista querido pequeño ser;
el sábado estaré en el andén y si no estoy en el andén estaré en la cantina.
Tengo ganas de pasar unas interminables semanas a solas contigo.
Te beso tiernamente,
Tu Castor.