Desde esta lectura, Dios sabrá hasta cuándo, recogeré
extractos de charlas con Maestros y amorosamente (sin permisos) se los haré
llegar. Todo está dicho y de todas las formas y aun así, la torpeza y la ignorancia,
continúan instaladas en nosotros. Discernimiento o Viveka, vida simple. Amor.
Los Maestros -parecen- decir cosas diferentes
para que la mente se agote deponga sus pensamientos-diferencias
polarizantes y descanse en el corazón del Sabio.
La importante revista francesa Planète publicó, en su
número 14 de enero-febrero 1964, un diálogo de enorme interés para toda persona
a quien le preocupen los problemas fundamentales de la existencia humana. El
diálogo, considerado por Planète como un -documento excepcional-, ocurrió entre
el periodista y escritor francés de gran renombre Carlo Suarès y U.G.
Krishnamurti,
K.- Dígales que
yo no he leído nada, que no poseo referencias. Para mí no hay mutación psicológica
más que cuando cesa el proceso acumulativo.
Mutación, religiones, temor...
S.- Por ahí es por donde podemos iniciar un debate. Yo
creo que muchos lectores de Planète le dirán esto, puesto que también ellos
están de acuerdo en comprobar que la sociedad está en pleno desorden y
confusión ¿Por qué, entonces, no pensar que este formidable movimiento no se
producirá al mismo tiempo en nuestros cerebros?
K.- Efectivamente, podemos pensarlo. Pero ¿es eso lo
que puede llamarse una mutación? ¿Tener un cerebro electrónico? El cerebro no
es toda la conciencia.
S.- No se trata del cerebro. Nuestra conciencia se
ensancha y abarca todo nuestro planeta, y lo que ocurre en el otro extremo del
mundo....
K.- Sí, ya he comprendido....
S.-...Los monjes budistas que se hacen quemar vivos,
los negros de Norteamérica...
K.- Por supuesto. Desde luego. Ellos forman parte de
nosotros, y la espantosa miseria de Asia, y todas las tiranías por todas
partes, y la crueldad, y la ambición, y la codicia, y los innumerables
conflictos del mundo; todo eso nosotros lo sentimos. Todo eso, somos nosotros.
Tenga usted todo eso totalmente presente en su mente, y vea a qué
extraordinaria profundidad debe efectuarse la mutación ¿Qué otras cuestiones
considera usted?
S.- La cuestión religiosa, naturalmente. ¿Puede
preverse una religión del porvenir, basada en un mejor conocimiento del Cosmos
y en el sentimiento de que el hombre forma parte de él?
K.- ¿Y que más?
S.- Me han encargado que le pregunte por lo que usted
piensa del hecho de que en lo más recóndito del ser humano moderno, joven o
viejo, esta el temor... ¿Puede usted, en una frase, indicarme lo esencial de lo
que se propone hacer?
K.- Des
condicionar- la totalidad de la conciencia.
S.- ¿Quiere usted decir que pide a cada uno que -des
condicione- la absoluta totalidad de su propia conciencia? Permítame decirle
que lo que más desconcierta en la enseñanza de usted, es su reiterada
afirmación de que ese –des condicionamiento-
total no requiere tiempo alguno. Toda experiencia es condicionante.
K.- En efecto, toda experiencia vivida -y no sólo hablo
de aquellas que se llaman -espirituales-- tiene necesariamente sus raíces en el
pasado. Que se trate de la realidad o de mi vecino, lo que yo reconozco implica
una asociación con algo del pasado. Una experiencia llamada espiritual es la
respuesta del pasado a mi angustia, a mi dolor, a mi temor, a mi esperanza.
Esta respuesta es la proyección que ocurre para compensar un estado miserable.
Mi conciencia proyecta lo contrario de lo que ella es, porque yo estoy
persuadido de que ese contrario, exaltado y dichoso, es una realidad
consoladora. Así, mi fe católica o budista construye y proyecta la imagen de la Virgen o del Buda, y esas
invenciones despiertan una emoción intensa en esas mismas capas inexploradas de
la conciencia que habiéndolas inventado sin saberlo, las confunde con la
realidad. Los símbolos, o las palabras, se vuelven más importantes que la
realidad. Se instalan en calidad de memoria en una conciencia que dice: -Yo sé,
puesto que he tenido una experiencia espiritual-. Entonces las palabras y el
condicionamiento se vitalizan mutuamente en el círculo vicioso de un circuito
cerrado.
S.- ¿Un fenómeno de inducción?
K.- Sí. El recuerdo de la emoción intensa, del choque,
del éxtasis, engendra una aspiración hacia la repetición de la experiencia, y
el símbolo se convierte en la suprema autoridad interior, en el ideal hacia el
cual tienden todos los esfuerzos. Captar la visión llega a ser un propósito;
pensar en ella sin cesar y disciplinarse, un medio. Pero el pensamiento es
aquello mismo que crea una distancia entre el individuo tal como él es, y el
símbolo o el ideal. No puede haber mutación posible sin morir para esa
distancia. La mutación sólo es posible cuando cualquier experiencia cesa
totalmente. El hombre que ya no vive
ninguna experiencia es un hombre despierto. Pero vea usted lo que pasa en
todas partes: se buscan siempre experiencias más profundas y más vastas. El
hombre está persuadido de que vivir experiencias es vivir realmente. De hecho, lo que se vive no es la
realidad sino el símbolo, el concepto, el ideal, la palabra. Vivimos de
palabras. Si la vida llamada espiritual es un perpetuo conflicto, es porque en
ella formulamos la pretensión de alimentarnos de conceptos, como si teniendo
hambre pudiéramos alimentarnos con la palabra -pan-. Vivimos de palabras y
no de hechos. En todos los fenómenos de la vida, ya se trate de la vida
espiritual, de la vida sexual, de la organización material de nuestro tiempo de
trabajo o de descanso, nos estimulamos por medio de palabras. Las palabras se
organizan en ideas, en pensamientos, y sobre la base de esos estímulos, creemos vivir tanto más intensamente cuanto
mejor hayamos sabido, gracias a ellas, crear distancias entre la realidad
(nosotros, tales como somos) y un ideal (la proyección de lo contrario de
lo que somos). De esa manera le volvemos la espalda a la mutación.
Hay que morir para el tiempo, para los sistemas, para
las palabras
S.- Recapitulemos. Mientras exista en la conciencia un
conflicto, sea el que fuere, no hay mutación. Mientras domine nuestros
pensamientos la autoridad de la
Iglesia o del Estado, no hay mutación. Mientras nuestra
experiencia personal se erija en autoridad interior, no hay mutación. Mientras
la educación, el medio social, la tradición, la cultura, o sea nuestra
civilización, con todas sus influencias, nos condicione, no hay mutación.
Mientras haya adaptación, no hay mutación. Mientras haya evasión, de cualquier
naturaleza que sea, no hay mutación. Mientras yo procure alcanzar altas
virtudes de asceta, mientras yo crea en una revelación, mientras yo tenga un
ideal cualquiera, no hay mutación. Mientras yo procure conocerme analizándome
psicológicamente, no hay mutación. Mientras haya un esfuerzo en pos de una
mutación, no hay mutación. Mientras haya una imagen, un símbolo, ideas, o
solamente palabras, no hay mutación. ¿He dicho bastante? No. Puesto que,
llegado a este punto, sólo puedo verme obligado a agregar: mientras haya
pensamiento, no hay mutación.
K.- Exactamente.
S.- ¿Qué es, entonces, esa mutación de la que usted
habla en todo momento?
K.- Es una explosión total en el interior de las capas
inexploradas de la conciencia, una explosión en el germen, o si le parece
mejor, en la raíz del condicionamiento, una destrucción de la continuidad.
S.- Pero la vida misma es condicionamiento. ¿Cómo es
posible destruir la continuidad y no destruir la vida misma?
K.- ¿Quiere usted realmente saberlo?
S.- Si!
K.- Muera usted para la continuidad. Muera para el
concepto total del tiempo: para el pasado, para el presente y para el futuro.
Muera para los sistemas, muera para los símbolos, muera para las palabras,
porque todo eso son factores de descomposición. Muera para el psiquismo, pues
él es el que se inventa el tiempo psicológico. Ese tiempo carece totalmente de
realidad.
S.- Entonces, ¿qué es lo que queda sino la
desesperanza, la angustia, el miedo de una conciencia que ha perdido todo punto
de apoyo y hasta la noción de su propia identidad?
K.- Si un hombre
me formulase esta pregunta de esa manera, yo le respondería que él no ha hecho
el viaje, que ha tenido miedo de pasar a la otra orilla.
Siempre juntos. Siempre Positivos
Marcelo dos Santos