9 de enero de 2013

Quiero enamorarme de tal forma,
que la visión del hombre,
incluso a una manzana de distancia,
me conmueva y me penetre,
me debilite y me haga temblar,
aflojarme y derretirme entre las piernas.
Así es como quiero yo enamorarme;
tan fuerte que el simple hecho de pensar en el amado
me produzca un orgasmo.
Anais Nin


EL DOS VECES NACIDO.


El jivanmukta posee consciencia de su cuerpo, de su vitalidad y de su mente. Puede reconocer la existencia del dolor físico, atestiguar enfermedades e incluso bucear por sus propios recuerdos. La única diferencia entre un jivanmukta y una persona común es la capacidad de des-identificación que opera en su mente. Todo ser humano convierte cualquier experiencia mental o física que realiza en algo propio, personal, a tal punto que presume de conciencia individual y atestigua que es él quien realiza la acción, pues se advierte a sí mismo como ejecutor de todo acto. Al levantarse a la mañana es él quien hace el sobrehumano esfuerzo de retirar las cálidas cobijas que le arropan en invierno; es él quien necesita asear su cuerpo y vestirlo para alistarse antes de ingresar a su trabajo diario; es su cuerpo quien tiene hambre y requiere de desayunar para tomar fuerzas. Así, cada acción siempre se interpreta bajo la óptica de alguien que la realiza.
Toda persona común, en su lenguaje cotidiano, siempre declina los verbos en primera persona cuando se siente realizador de los actos. Piensa y habla diciendo: camino, trabajo, me aseo; así, todas las actividades que implican acción se convierten en verbos asociados a cualquiera de los pronombres personales: yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos. El verbo, al declinarse, inmediatamente toma el matiz propio de quien realiza la acción, tal como la lluvia que cae al mar adopta inmediatamente el carácter salado del agua.
La des-identificación impide la aparición del sentido de yo en la acción realizada, ya sea esta física o mental. La mente procesa entonces la información sin que exista sentido de apropiación ni pertenencia. La atención del sujeto permanece, pero no encuentra un centro activo donde se presuma que existe el centro de la individualidad. Entonces la acción se hace pero no hay quien la haga; hay saber pero no hay quien sepa. Liberada la mente del sentido del yo cambia la modalidad de percepción y se establecen nuevas reglas de cognición; son estas nuevas reglas de cognición las que determinan la aparición de nuevos estados de conciencia.
El jivanmukta tiene la posibilidad de convertir en objetos a sus pensamientos, esto es, puede experimentarse des identificado de ellos. Normalmente cualquier persona se atribuye a sí misma la condición mental que experimenta. Si por momentos está alegre, se define a sí mismo de igual manera; si, por el contrario, se encuentra triste, de igual manera asume dicho rol. Esta actividad psicológica que frecuentan los seres humanos se parece a suponer que un vidrio totalmente límpido asume el color que su natural capacidad de traslucir provee. Observando desde dentro de una casa a través de los tabiques acristalados, estos entintan los diversos colores que el paisaje visualmente transmite. Igual pasa con el sentido de identificación mental humano: los sentimientos, pensamientos, sensaciones y pasiones se integran con el yo combinándose y creando una entidad consciente que se diferencia de cualquier otra individualidad. La mente le otorga a dicha individualidad el sentido de pasado y la manera de fluir del tiempo, asegurando al individuo tener una dirección evolutiva hacia el futuro. El jivanmukta, en cambio, no posee un centro activo desde el cual obre y al cual podamos llamar ego. La consciencia permanece activa pero no asume un rol individual. Lo conocido se sigue conociendo, el conocedor sigue conociéndose; sin embargo, entre conocedor y conocido no se advierte sentido de diferencia; ha nacido el sentido no-dual de percepción.
También a los jivanmuktas, como apunta la sloka y por la misma razón, se les llama los “grandes ignorantes” o “los dos veces nacidos”, pues nacieron primero de un vientre y luego nacieron a la percepción suprema, esa que les permite alcanzar y traspasar el “océano de la ilusión”. Esto se ilustra en algunas otras culturas, como por ejemplo en la budista Zen, con el apelativo de “Gran Ignorante” que se atribuye al maestro que se ha establecido en el satori, porque después de haber conocido todo lo que puede conocerse, no se le nota, no se percibe nada extraordinario en él y sigue pareciendo a los ojos del mundo tan ignorante como la mayoría.

Sesha.
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