“El
amor conlleva sufrimiento porque lo puedes perder, pero negarse al amor para
evitar el sufrimiento no lo soluciona, ya que se sufre por no tenerlo.
Entonces, si la felicidad es el amor, y el amor es sufrimiento, entonces, digo,
la felicidad es también sufrimiento.”
Sonia,
en Amor y Muerte, de Woody Allen.
Me
reservo el derecho de estar triste, de sentirme mal porque no es justo o porque
algo no está bien. Me lo reservo porque lo contrario me presiona y me
deprime. Esos son mis demonios y en realidad no son tan malvados. Ellos me
piden que los comprenda y me dicen que lo que siento es la vida y que el mundo
es el paraíso que yo quiera crear.
Tú
y yo tenemos demonios.
Imagínate
que hay alguien que te dice que puedes estar triste, que es normal que lo estés
y que, de hecho, debes estarlo de vez en cuando. Imagina que ese alguien eres
tú, aceptando tus emociones y gritándole al mundo entero que no has tenido
un buen día, por la simple razón de que no todos pueden ser buenos.
El
caso es que, en nuestro mundo actual, parece que tenemos la obligación de
sentirnos bien y de evitar el sufrimiento. Nos lo venden como algo
anormal, negativo y apartado de cualquier vida que podamos entender como plena.
De
hecho, parece que sentirse mal y creerse mentalmente sano o sufrir
y vivir la vida no forman buenas parejas culturales. De la misma forma, si
a alguien se le ocurre decir “me siento mal pero estoy bien”, se le mira
con extrañeza y tratando de discernir cuál es su peculiaridad.
Hemos
caído en la trampa de exigir un exceso de optimismo a nuestras vidas. Hemos
ignorado que no debemos de aprender la lección sin cuestionarla y, ahora,
pagamos las consecuencias de asumir que no sufrir es un valor al alza para
la cuenta de la vida y que lo correcto es mover nuestros millones para
conseguir evitar las complicaciones y entonces “tener vida”.
Mis
demonios y los tuyos están luchando contra el aluvión de frases positivas y
carteles motivacionales que les obligan a guarecerse, a esconderse tras
una pared de papel y alimentarse de represión. Lo triste y lo negativo
necesita su espacio en nuestra vida porque, de otra manera, explotará y nos
ahogará. Es que ya no tenemos derecho ni a fruncir el ceño cuando algo nos
molesta, ya vale de ceder ante la tiranía y la dictadura del optimismo
excesivo.
No
quiero que me obliguen a ser feliz siempre porque mi tristeza es la única que me hace
valorar a la felicidad y a la alegría y porque me dice que algo no va bien
y que debo preocuparme; porque si nunca me sintiera triste no sabría valorar lo
que es no estarlo. En ese sentido la alegría es más egoísta y me hace
pensar que todo está bien, acortando el tiempo que tengo para reaccionar si
en verdad no lo está.
Tampoco
quiero ser una persona pesimista o melancólica ni quiero que me fulmines
llamando depresivos a mis demonios, porque lo
único que estoy haciendo es vivir aceptando que mis días tienen muchos
matices, tantos como mis circunstancias.
Entonces defender
a mis demonios me da dos alternativas: aceptarme o rechazarme. Si acepto
que ellos existen no me harán sufrir intentando evitarlos y frustrándome porque
siempre me encuentran y cada vez me abrazan con más fuerza, dejándome sin
respiración. Eso sí que es malo.
Por
eso prefiero seguir dándoles paso e invitándoles a esclarecer mi mente de vez
en cuando, porque ellos son sinceros cuando les dejo entrar y me dicen que vale
la pena luchar porque vale la pena ser feliz.
Porque
el lema de “tienes que sentirte bien para poder ser feliz” no es mi
lema, más bien prefiero entender que la tristeza y la alegría conviven y
se necesitan la una a la otra y que es más sano “vivir pensando que me
sentiré bien aunque a veces me sienta mal”. Porque según cómo responda ante lo
que mis demonios me hacen pensar y apreciar depende que yo me limite o me abra
a lo natural de la vida.
Porque
ante el supermercado de razonamientos y recetas para casi todo, mis
demonios me gritan hasta que consiguen que me duela el alma pensando
que yo nunca conseguiré la plenitud porque no sé vivir el momento o no tengo
ganas de sonreír desde que me levanto hasta que me acuesto.
Solo
es por eso por lo que me reservo el derecho de usar mi tristeza cuando me
plazca, porque mis demonios se niegan a caer en la trampa que les hace
engordar, porque mis demonios me quieren y no buscan hacerme daño, solo
abrazarme de vez en cuando sin que yo oponga resistencia para recordarme
que estoy viva.
Raquel
Aldana
Fuente:
http://lamenteesmaravillosa.com/