7 de marzo de 2015

ME RESERVO EL DERECHO DE ABRAZAR A MIS DEMONIOS.

“El amor conlleva sufrimiento porque lo puedes perder, pero negarse al amor para evitar el sufrimiento no lo soluciona, ya que se sufre por no tenerlo. Entonces, si la felicidad es el amor, y el amor es sufrimiento, entonces, digo, la felicidad es también sufrimiento.”
Sonia, en Amor y Muerte, de Woody Allen.

Me reservo el derecho de estar triste, de sentirme mal porque no es justo o porque algo no está bien. Me lo reservo porque lo contrario me presiona y me deprime. Esos son mis demonios y en realidad no son tan malvados. Ellos me piden que los comprenda y me dicen que lo que siento es la vida y que el mundo es el paraíso que yo quiera crear.
Tú y yo tenemos demonios.
Imagínate que hay alguien que te dice que puedes estar triste, que es normal que lo estés y que, de hecho, debes estarlo de vez en cuando. Imagina que ese alguien eres tú, aceptando tus emociones y gritándole al mundo entero que no has tenido un buen día, por la simple razón de que no todos pueden ser buenos.
El caso es que, en nuestro mundo actual, parece que tenemos la obligación de sentirnos bien y de evitar el sufrimiento. Nos lo venden como algo anormal, negativo y apartado de cualquier vida que podamos entender como plena.
De hecho, parece que sentirse mal y creerse mentalmente sano o sufrir y vivir la vida no forman buenas parejas culturales. De la misma forma, si a alguien se le ocurre decir “me siento mal pero estoy bien”, se le mira con extrañeza y tratando de discernir cuál es su peculiaridad.
Hemos caído en la trampa de exigir un exceso de optimismo a nuestras vidas. Hemos ignorado que no debemos de aprender la lección sin cuestionarla y, ahora, pagamos las consecuencias de asumir que no sufrir es un valor al alza para la cuenta de la vida y que lo correcto es mover nuestros millones para conseguir evitar las complicaciones y entonces “tener vida”.
Mis demonios y los tuyos están luchando contra el aluvión de frases positivas y carteles motivacionales que les obligan a guarecerse, a esconderse tras una pared de papel y alimentarse de represión. Lo triste y lo negativo necesita su espacio en nuestra vida porque, de otra manera, explotará y nos ahogará. Es que ya no tenemos derecho ni a fruncir el ceño cuando algo nos molesta, ya vale de ceder ante la tiranía y la dictadura del optimismo excesivo.
No quiero que me obliguen a ser feliz siempre porque mi tristeza es la única que me hace valorar a la felicidad y a la alegría y porque me dice que algo no va bien y que debo preocuparme; porque si nunca me sintiera triste no sabría valorar lo que es no estarlo. En ese sentido la alegría es más egoísta y me hace pensar que todo está bien, acortando el tiempo que tengo para reaccionar si en verdad no lo está.
Tampoco quiero ser una persona pesimista o melancólica ni quiero que me fulmines llamando depresivos a mis demonios, porque lo único que estoy haciendo es vivir aceptando que mis días tienen muchos matices, tantos como mis circunstancias.
Entonces defender a mis demonios me da dos alternativas: aceptarme o rechazarme. Si acepto que ellos existen no me harán sufrir intentando evitarlos y frustrándome porque siempre me encuentran y cada vez me abrazan con más fuerza, dejándome sin respiración. Eso sí que es malo.
Por eso prefiero seguir dándoles paso e invitándoles a esclarecer mi mente de vez en cuando, porque ellos son sinceros cuando les dejo entrar y me dicen que vale la pena luchar porque vale la pena ser feliz.
Porque el lema de “tienes que sentirte bien para poder ser feliz” no es mi lema, más bien prefiero entender que la tristeza y la alegría conviven y se necesitan la una a la otra y que es más sano “vivir pensando que me sentiré bien aunque a veces me sienta mal”. Porque según cómo responda ante lo que mis demonios me hacen pensar y apreciar depende que yo me limite o me abra a lo natural de la vida.
Porque ante el supermercado de razonamientos y recetas para casi todo, mis demonios me gritan hasta que consiguen que me duela el alma pensando que yo nunca conseguiré la plenitud porque no sé vivir el momento o no tengo ganas de sonreír desde que me levanto hasta que me acuesto.
Solo es por eso por lo que me reservo el derecho de usar mi tristeza cuando me plazca, porque mis demonios se niegan a caer en la trampa que les hace engordar, porque mis demonios me quieren y no buscan hacerme daño, solo abrazarme de vez en cuando sin que yo oponga resistencia para recordarme que estoy viva.

Raquel Aldana

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