Amigo,
desde el principio, nunca estuviste mal.
No
naciste para ser pecador. Nunca estuviste destinado a ser basura espiritual.
Nunca hubo una falta fundamental en tu vida.
Tan
sólo fuiste enseñado a pensar eso. Otros trataron de convencerte de que no eras
lo suficientemente bueno, por el simple hecho de que ellos tampoco se han
sentido lo suficientemente buenos. En tu inocencia, y sin ninguna evidencia de
lo contrario, les creíste. Así que invertiste todos esos años tratando de
arreglarte, purificarte y perfeccionarte a ti mismo. Buscaste poder, riqueza,
fama e incluso iluminación para probar que eras un "yo" valioso. Te
comparaste con otras versiones de un "yo", y siempre te sentiste o
superior o inferior, y todo eso se convirtió en algo sumamente agotador;
trataste de lograr metas inalcanzables, trataste de vivir a la altura de una
imagen en la que ni tú realmente creías anhelando siempre tu propio descanso.
Pero
como podrás darte cuenta, siempre fuiste perfecto, desde un principio. Perfecto
en tu total imperfección. Tus imperfecciones, tus manías, tus defectos, tus
rarezas, tus muy singulares sabores era lo que te hacía tan adorable, tan
humano, tan real, tan fácil de identificarte. Incluso en tu imperfección,
siempre fuiste una perfecta expresión de vida, un amado hijo del universo, una
completa obra de arte, única en el mundo y digno de todas las riquezas de la
vida.
Nunca
se trató de que construyeras un perfecto "yo". Siempre se trató de
que estuvieras, fueras, perfectamente Aquí, perfectamente tú mismo, en toda tu
divina extrañeza. "Olvida
tu oferta de perfección", Leonard Cohen canta: "Hay una grieta en
todo. Así es como entra la luz."
Jeff Foster