27 de abril de 2015

LOS SÍNTOMAS SON EL LENGUAJE DEL ALMA.

A lo largo de nuestra vida tenemos que afrontar determinadas situaciones generadoras de tensiones y conflictos. Además hay una serie de acontecimientos que son especialmente estresantes, como la muerte de la pareja, la separación y el divorcio, el fallecimiento de seres queridos, los despidos o reajustes en el trabajo y la jubilación. Lo que tienen en común todas estas circunstancias es que nos obligan a adaptarnos, nos apremian para que aceptemos los cambios que conllevan, lo que implica, por una parte, incorporar algo nuevo −que de entrada nos da miedo− y, por otra, dejar que se vaya algo que conocemos −que aunque doloroso resulta a la vez tranquilizador.
Frente a los cambios reaccionamos no sólo según nuestra personalidad, más o menos adaptable, flexible y tolerante, sino también a partir de un sistema de creencias que interiorizamos fundamentalmente durante la infancia. Personalidad y creencias constituyen estructuras mentales que a menudo se sienten amenazadas ante los cambios, y como consecuencia se da cierto rechazo y resistencia a ellos. Así, frente a una circunstancia vital especialmente compleja, unida a una falta de recursos internos y ciertas dificultades para adaptarse a ella el ser humano puede generar toda una serie de síntomas, físicos y/o psicológicos, que desde una perspectiva integradora pueden verse como una voz desde el interior que busca ser escuchada.
Por lo general, una persona decide iniciar un proceso terapéutico porque su malestar empieza a ser tan acentuado que se ve «obligada» a pedir ayuda, a buscar a alguien que pueda proporcionarle alivio a sus síntomas y luz en su camino. A veces, esa petición llega incluso mucho después de haber soportado durante un largo período esa oscuridad o sufrimiento existencial. En efecto, taquicardias, temblores, ansiedad, opresión en el pecho, sobrepeso, alergias, problemas digestivos o un estado depresivo son manifestaciones físicas, síntomas que reclaman atención, que se dejan sentir de manera que a la persona cada vez le resulta más difícil vivir haciendo caso omiso de ellos y sin escuchar lo que siente su alma. Porque hay ocasiones en que el alma se queja, protesta y reclama atención. Necesita que la escuchen, aunque algunos intentan hacer lo posible por no tenerla en cuenta.
En verdad no podemos vivir desconociendo nuestras heridas, necesidades y deseos más profundos sin que ello acarree consecuencias. Vivir en la inconsciencia genera sufrimiento. Curiosamente, los síntomas indican la dirección de lo que el alma anhela, pero también aquello de lo que nos defendemos, a lo que nos resistimos con ahínco. Cabría preguntarse entonces: « ¿Qué estoy tratando de evitar?», « ¿De qué me protejo?».
En un sentido amplio del término, los síntomas, sean cuales sean y por extraño que parezca, siempre tienen una intención positiva para quien los sufre. Su sentido es cumplir diferentes funciones para la persona, y así, por ejemplo, sirven para ayudarnos a evitar ciertas cosas y para protegernos de otras, e incluso buscan obtener lo que uno no se atreve a pedir. El entramado de síntomas tiene múltiples significados, pero su finalidad primordial es sernos de utilidad. Porque en última instancia, los síntomas los genera uno mismo, aunque creamos que nos son ajenos y por ello queramos hacerlos desaparecer.
Un síntoma siempre tiene un significado, es un indicador luminoso que atrae nuestra atención y nos informa de que algo está sucediendo. Es tan útil como el pilotillo que se enciende en el coche para avisarnos de que hace falta gasolina o aceite. Los síntomas indican una disfunción, la existencia de cierto malestar interior, dolor y sufrimiento. Podría afirmarse que es la voz del alma que se queja, a la hay que prestar atención y aprender a escuchar. En un plano orgánico, el síntoma es la expresión física de lo que falta en la conciencia, pero la información se halla en la sombra, en el inconsciente, y la persona carece de acceso a ella. Para entender su mensaje y hacerlo consciente es importante analizar el momento de aparición del síntoma, lo que nos proporciona una información relevante: sucesos, sentimientos, pensamientos y fantasías. Y preguntarse: « ¿Qué me impide llevar a cabo este síntoma?», « ¿A qué me obliga?», « ¿Cuál podría ser su intención positiva?», « ¿Qué me quiere hacer ver?».

La depresión es un intento de que se establezca una conexión o comunicación más profunda con el alma, con la totalidad del Ser. Es una bajada a los «infiernos» personales, una parada del ritmo de la vida cotidiana para escucharse, un «no hacer» para enterarse de lo que sucede en el interior. La persona necesita estar en contacto consigo misma, volverse hacia dentro, encapsularse como la crisálida de una mariposa para llegar a tocar fondo. Hasta cierto punto, es necesario aceptar y respetar este proceso, cual animal que lame sus heridas para que sanen.
La depresión proporciona el momento de detenerse y revisar, un espacio para la elaboración de pérdidas y un tiempo para conectar con el alma. Uno se desactiva, se apea de la vida y se entrega a un abandono autocompasivo. La depresión puede desempeñar un papel necesario en el proceso de individuación, un tiempo para madurar, profundizar y reflexionar en pos de la búsqueda de una nueva filosofía de vida. Esa necesidad de aislamiento, silencio y soledad tal vez sea un rito de pasaje, una muerte y resurrección, una transición hacia una reconstrucción interior desde la disolución de viejas perspectivas. El vacío del abismo puede proporcionar sabiduría interior, la aceptación de los propios límites y de la realidad tal cual es, y, como resultado, un sentido de la vida y los valores personales renovados. Un estado depresivo puede verse como un vacío fértil del que puede brotar algo verdaderamente nuevo, o como un proceso de alquimia interior mediante el que llegue a destilarse la propia esencia.
Por su parte, la ansiedad es un estado permanente de miedo que suele aparecer cuando se dan preocupaciones y conflictos no resueltos. Los ataques de ansiedad reflejan miedo al futuro, a los cambios, aunque a la vez sean necesarios. Es sentirse incapaz de lo que la situación requiere. Se acompaña de opresión en el pecho, taquicardia, sudoración, temblores y un nudo en la garganta. La ansiedad es una reacción del organismo ante una situación de peligro, sea éste real o imaginario. En todo caso, es útil porque manifiesta que hay algo que se vive como una amenaza, una alerta ante una situación de peligro o catástrofe. Se trata de hacer consciente e identificar aquello a lo que tenemos miedo, para posteriormente afrontarlo.
Una persona puede quejarse y sentirse víctima de su ansiedad, aunque en realidad es una parte de ella misma la que la genera, es un mensaje dirigido a sí misma. En muchos casos es síntoma de una conducta de evitación: se está eludiendo abordar algún tema que genera dolor o tristeza. Para liberarnos de la ansiedad es necesario ser plenamente consciente de ella, sentirla en profundidad, experimentarla, acogerla e incluso aunque nos suene raro, respirarla. Dejarse llevar por lo que sucede (temblores, estremecimientos…) sin rechazarla ni bloquearla, sintiéndonos responsables de ella. Así, en vez de intentar rehuirla hay que penetrar en ella y preguntarse: « ¿Qué me está pidiendo este síntoma?».
Muchos ataques de ansiedad son una mezcla de emociones, como culpa, rabia, miedo y dolor reprimidos a los que no se les permite la expresión, una «bomba» que si no se exterioriza (eso sí, adecuadamente) causan mucho dolor a la persona. Es posible que requieran un grito, aunque sea a solas, enfadarse, llorar o bien expresar lo que se siente para tomar conciencia de ello. « ¿Qué es lo que me enfada?», « ¿De qué tengo miedo?». Se trata de decodificar el mensaje que quieren trasmitirnos, no de pasarlo por alto o reprimirlo. Porque cuanto más luchemos contra un síntoma más empeorará. Es beneficioso sentirlo, escuchar qué pide, exagerarlo incluso, ya que si podemos exagerarlo también podemos lograr que disminuya. Luchar contra los síntomas sólo sirve para reforzarlos, mientras que abrazar el síntoma nos libera de él.
Otro síntoma bastante común son las cefaleas o migrañas. Si las analizamos con atención podemos darnos cuenta de que suelen aparecer después de períodos de mucha tensión, estrés y una intensa actividad mental, así como de un exceso de estímulos y situaciones en que se está rodeado de mucha gente. El síntoma exige retiro, relajación y descanso, en un espacio en silencio y con poca luz. Si se lo escucha y se le da lo que precisa, remite. Lo interesante sería aprenderlo de una vez por todas, y parar y retirarse antes de que se encienda el piloto rojo de aviso, antes de que empiecen las primeras manifestaciones.
La vida interior nos habla en susurros, y si no somos capaces de escucharla cada vez nos habla más alto. Los síntomas nos comunican una información que está en el inconsciente y pugna por hacerse consciente. El síntoma es la punta del iceberg. De manera que cuanto mayor, más complejo, grave o exagerado sea el síntoma −sea éste físico o psicológico− más inconsciente es, y más sonoro es el grito para que podamos escucharlo, así como mayores son las defensas para que la información pueda acceder a la conciencia. Cuando no nos escuchamos, no nos entendemos o no nos comunicamos con nuestro interior es cuando aparecen los síntomas. Su intención es positiva: en realidad tratan de decirnos algo, darnos una información para que lo inconsciente se vuelva consciente. Los síntomas expresan que una parte nuestra existencia no se puede manifestar, está arrinconada y reclama atención; precisa ser vista, oída, tenida en cuenta. Nuestras creencias nos conforman y limitan. Cuando no estamos en armonía con nuestra propia vida o con la existencia en general, surgen los síntomas e incluso la enfermedad. Desde esta perspectiva integradora, se trata de encontrar aquellos aspectos que han intervenido en el origen y causa de la enfermedad, dar sentido a los mensajes que recibimos y localizar las creencias limitantes y experiencias pasadas que están bloqueando el mensaje y su comprensión.
Aunque a veces no seamos conscientes, en el ser humano existe una necesidad imperiosa de crecimiento interior, de poner fin a lo viejo y gastado. Necesitamos «actualizarnos» constantemente, aceptar y facilitar ese crecimiento tomando conciencia de aquellos aspectos en nosotros que «mueren» y «renacen» sin cesar, que nos hablan de la necesidad de cambio a que tantas veces nos resistimos. La cura está en conectar con el alma y escucharla con amor.

Ascensión Belart
Blog Un viaje hacia el corazón



LA MENSTRUACIÓN DE LAS MUJERES NO ES UN ERROR DE LA NATURALEZA.

"Las mujeres han odiado muchas veces su sangre menstrual en lugar de comprender que ella es la fuente de su poder. La sangre lleva los códigos genéticos y, dado que la Diosa Madre es la fuente de todas las cosas, de ella proceden los códigos. Es ahí donde está escondida la historia.
Se puede utilizar la sangre menstrual para nutrir la vida vegetal, para marcar la Tierra y para hacerle saber a la Tierra que la Diosa está otra vez viva. Generalmente, las mujeres ya no sangran directamente sobre la tierra. Hacerlo supone una transferencia directa de la energía de la Diosa. Cuando las mujeres dan su sangre a la tierra, ésta se nutre. Durante eones se ha dicho a las mujeres que su sangre es una maldición y han empezado a sentir miedo de su propia sangre. No comprenden que es su fuente y su poder. Una vez que abandonéis los viejos tabúes y comencéis a trabajar con vuestra sangre menstrual, os daréis cuenta de que tenéis un efecto diferente sobre los animales y las plantas. . .
Podéis marcar el terreno en el que vivís con vuestra sangre menstrual. Podríais empezar por los puntos cardinales: norte, sur, este y oeste. Y, con el tiempo, impregnaríais la tierra igual que un pintor pone capas de pintura sobre un lienzo. Podéis diluir la sangre con agua y así aumentar la cantidad. Podéis bendecirla y utilizar cristales para que mantenga su vibración. Este proceso supone el marcaje del territorio de la Diosa. Hará que las plantas y los animales tengan una renovada vitalidad y la sensación de ser Uno con la Diosa...
Sugerimos que cuando fundéis nuevas comunidades, que las mujeres se junten durante el período de su menstruación e intenten entender este momento y compartan su poder y su conocimiento con los hombres. Explorad los misterios de la sangre como un proceso natural de la vida comunitaria. Vuestro cuerpo y sus ciclos crean una imagen de la vida. . .
Si queréis tener un jardín más fértil, el más fértil de la ciudad, utilizad vuestra sangre diluida en agua. Vuestro jardín florecerá.
Os daréis cuenta de que vuestra sangre puede acelerar el crecimiento de los alimentos. Acelerará muchas cosas. La menstruación de las mujeres no es un error de la naturaleza. Es uno de los mayores regalos. Es el elixir de los dioses. Las mujeres aborígenes guardan su sangre menstrual en bolsas y luego la utilizan para sanar heridas. Hay muchas cosas que las mujeres pueden hacer con su sangre".
Barbara Marciniak



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