Al controlar la experiencia estamos matando el momento, y así preparamos nuestro propio fracaso porque, antes o después, vamos a tener una experiencia que no podemos controlar: se nos va a quemar la casa, va a morir algún ser querido, vamos a enterarnos que tenemos cáncer, va a caer un ladrillo del cielo y nos va a dar en la cabeza, alguien va a derramar zumo de tomate sobre nuestro traje blanco, o vamos a ir a nuestro restaurante favorito para descubrir que ese día han ido a comer allí otras setecientas personas.
La esencia de la vida es desafiante.Unas veces es dulce, otras amarga. A veces tienes dolores de cabeza y otras te sientes sano al 100 por cien. Desde la perspectiva de la persona despierta, tratar de atar todos los cabos y tenerlo todo controlado es la muerte porque implica rechazar gran parte de nuestra experiencia básica. En dicho planteamiento de vida hay algo agresivo: tratamos de aplanar todos los relieves e imperfecciones para suavizarnos el paseo.
Estar plenamente vivo, ser plenamente humano y estar completamente despierto es ser expulsado del nido constantemente. Vivir plenamente es estar siempre en tierra de nadie, es experimentar cada momento como algo plenamente nuevo y fresco. Vivir es estar dispuesto a morir una y otra vez. Eso es la vida desde el punto de vista de una persona despierta. Y la muerte es querer aferrarse a lo que se tiene, y que todas las experiencias nos confirmen, nos satisfagan y nos hagan sentirnos completamente en orden. Por eso, aunque digamos que yama mara es el miedo a la muerte, en realidad es el miedo a la vida.
Pema Chodron
Texto Budista.