Solía trabajar como
voluntario en un asilo y pasé algún tiempo con personas que se encontraban en
la fase final de sus vidas. Muy a menudo, los pacientes me confesaban que sólo
hasta ese momento, cuando el telón había estado a punto de caer, habían abierto
realmente sus ojos a esta representación teatral. Sólo entonces, habían
empezado a apreciar la hermosura de la vida y a darse cuenta de que siempre
había sido así. Muchos de ellos hablaban de sus remordimientos. Remordimiento
por no haber vivido la vida al máximo. Remordimiento por no haber amado lo
suficiente, por haber reprimido sus sentimientos por miedo al rechazo.
Lamentaban no haber sido más honestos y abiertos en sus relaciones con los
demás. Se arrepentían de haberse esforzado demasiado hasta que enfermaron,
persiguiendo un futuro que nunca llegó y que nunca iba a llegar. Si tan sólo
hubieran sabido que la vida tenía otros planes reservados para ellos, hubieran
podido abrir sus ojos mucho antes.
Algunos de ellos empezaron
a explorar realmente la vida cuando sintieron que se les arrebataba el tiempo.
Ya no tenían tiempo de vivir de esperanzas y sueños, sólo tenían tiempo para
vivir. Algunos adoptaron el arte, otros aprendieron a tocar un instrumento o a
cantar o a bailar por primera vez. Una mujer que conocí tuvo el valor para
grabar su primer álbum. Toda su vida se había estado escondiendo, cantando en
la ducha cuando estaba sola, protegiéndose del ridículo y del rechazo. Pero
ahora, en sus últimas semanas de vida, cuando ya no tenía nada que perder,
cantaba con todo su corazón, como si nadie pudiera escucharla, como si ya
hubiera muerto y no tuviera nada que temer. El ridículo y el rechazo ya no eran
más sus enemigos.
Un día estaba jugando
ajedrez con una paciente. Apenas nos dirigíamos la palabra mientras jugábamos.
Su cabeza estaba rasurada, obviamente se encontraba muy débil después de meses
de haber recibido quimioterapia. Estuvo tan presente conmigo por una hora o
más, que nos sentimos realmente juntos. Ella simplemente estaba en el aquí y el
ahora, maravillada por la vida, tan fascinada con todo, como un bebé recién
nacido. "Jaque mate," me dijo con una sonrisa, mientras arrinconaba a
mi rey. Ella murió esa noche, pero durante ese juego había estado más viva que
nunca, más abierta a la experiencia, más enamorada del momento presente, que
mucha gente que aún tenía otros cincuenta años por vivir. El estar presente no
tiene nada que ver con el tiempo. ¿Por qué a menudo necesitamos de situaciones extremas
para hacernos conscientes de la magia y del misterio de la vida? ¿Por qué
esperar hasta nuestros últimos días para descubrir la profunda gratitud por la
vida misma? ¿Por qué nos agotamos a nosotros mismos en la búsqueda del amor, la
aceptación, la fama, el éxito, o la iluminación espiritual en un futuro? ¿Por
qué trabajamos o meditamos al borde de la tumba? ¿Por qué posponemos nuestra
vida? ¿Por qué nos ocultamos de ella? ¿Qué es lo que exactamente estamos
buscando? ¿Qué es lo que estamos esperando? ¿A qué le tememos? ¿Esa vida que
tanto anhelamos, llegará en el futuro? ¿O es que siempre ha estado más cerca de
lo que creemos?
Los seres humanos parecen
ser los únicos dentro de todos los organismos del planeta que dañan y matan a
otros seres humanos no sólo para protegerse físicamente, no sólo para conseguir
alimento y territorio, sino que también por defender sus imágenes. Matamos en
nombre de cualquier tipo de imagen —ideología, filosofía, sistema de creencias,
caminos espirituales, visiones del mundo. Matamos en nuestros intentos de crear
nuestra imagen del cielo sobre la tierra, para imponer nuestra imagen del mundo
sobre otros seres humanos que no son como nosotros. Matamos en nombre de
imágenes de la realidad, imágenes sobre la verdad y la falsedad, imágenes de
quienes somos y quienes son los demás en relación con nosotros —imágenes que
rara vez, o nunca, corresponden a la realidad. ¿En dónde puede terminar esta
violencia?
Hoy en día está de moda
hablar del cambio de consciencia humana que se está dando en el planeta —la
idea de que los seres humanos están en el proceso de encontrar algún estado más
elevado de consciencia. Pero en su lugar, creo que lo que realmente estamos
haciendo es desarrollar una nueva y mayor consciencia acerca de la locura humana.
Estamos más conscientes que nunca de que nuestras formas antiguas de hacer las
cosas ya no funcionan. Nuestras viejas suposiciones acerca de lo que somos,
nuestra forma dual de pensar, nuestra mentalidad de nosotros-ellos no nos ha
conducido a la paz, ni a la paz en el mundo, ni a la paz en general y tampoco a
la paz dentro de nosotros mismos. Todo lo contrario. Las guerras, el genocidio,
la opresión y la violencia siguen ocurriendo en este mismo momento en el que el
sistema financiero mundial se encuentra al borde del colapso (y algunos dirían
que ya ha colapsado), y cuando las más grandes potencias están enfrentando una
deuda terrible. El desastre ecológico se cierne en el horizonte. Y los humanos
están experimentando niveles record de depresión, ansiedad y estrés.
El mundo siempre ha estado
loco, pero hoy en día, somos más conscientes de esa locura. Por primera vez en
la historia de la humanidad, la información acerca del estado del mundo está
disponible casi en todos los lugares que tienen acceso a una computadora.
También es probablemente cierto decir que estamos más desesperados que nunca
por encontrar una salida.
Si en cierta medida, cada
uno de nosotros no se enfrenta a su propio presente y sana la locura y la
violencia y la separación ahí mismo, no tendremos esperanzas de encontrar una
manera de salir de la locura colectiva humana. Si podemos encontrar dentro de
nuestra propia experiencia, en dónde empieza la violencia, el sufrimiento, la
separación de la vida y la separación para con los demás, y si podemos ver con
claridad y entender el sufrimiento que creamos para nosotros mismos, entonces
también seremos capaces de ver cómo es que generamos sufrimiento a los demás, a
nuestros seres queridos, a nuestras ciudades, a nuestros países, a nuestros
continentes, a nuestro planeta. La violencia comienza y termina en ti.
Reconocer esta verdad nos lleva a una completa responsabilidad, en el verdadero
sentido de la palabra.
No estoy ofreciendo una
salida de la locura de la mente humana, sino una manera de entrar. No estoy
realmente ofreciendo ninguna solución al sufrimiento, sino otra forma de ver el
sufrimiento —una forma radicalmente nueva de relacionarnos con ello. No tenemos
ninguna esperanza de terminar con el sufrimiento —personal o mundial— hasta que
entendamos lo que es realmente el sufrimiento en su nivel más fundamental. Y
cuando realmente entendamos el sufrimiento, podremos descubrir que la verdadera
libertad no se encuentra escapando de la experiencia presente, sino
sumergiéndonos sin miedo en sus profundidades ocultas. Allí, tal vez,
descubramos toda la paz, el amor y la aceptación profunda que siempre estuvimos
buscando "allá afuera".
Ahora, podría sonar
egoísta o narcisista enfocarme en mi propio sufrimiento. "¿Quién soy yo
como para sentarme aquí y observar mi propio sufrimiento? ¿No debería olvidarme
de mí mismo, salir y ayudar a terminar con el sufrimiento del mundo?"
Recuerda, cualquier sufrimiento dentro de ti inevitablemente se proyectará
hacia afuera. Tú y el mundo son uno, como podremos descubrir. Cualquier cosa
con la que estés en guerra dentro de ti, es muy probable que se convierta en
una guerra con el mundo. Si hay violencia y separación viviendo en ti, lo
llevarás hacia tus relaciones más cercanas, hacia tu familia, hacia tu trabajo,
hacia el mundo en general.
El mundo no es sino tu
proyección de él, como los maestros espirituales, santos, sabios y místicos a
través de las eras nos han estado recordado.
El maestro espiritual Osho
habló de la paradoja de mirar profundamente dentro de nuestra propia experiencia
en lugar de tratar de terminar con todos los problemas del mundo: "Sí,
podría sonar como egoísmo. Pero ¿acaso la flor de loto es egoísta cuando
florece? ¿Es el sol egoísta cuando brilla?" De una manera muy extraña, con
el fin de ser totalmente altruista, se debe ser totalmente egoísta, se debe
estar completamente obsesionado consigo mismo, pero no en la forma que solemos
pensar acerca de la obsesión o del egoísmo. Debes sentirte fascinado, curioso,
dispuesto a ver a través de la separación, en todas las formas, en medio de tu
experiencia presente. Debes estar abierto a explorar el sufrimiento —cómo y por
qué se manifiesta en ti, en dónde se origina. Debes estar dispuesto a echar una
mirada a tus peores miedos, a tu dolor, a tu tristeza y a tus más profundos
anhelos no realizados. Debes estar dispuesto a verlos de frente y encontrar el
lugar en el que incluso los aspectos aparentemente más inaceptables de ti mismo
puedan ser profundamente aceptados.
La verdadera libertad
reside en enfrentar sin temor la oscuridad y finalmente llegar a reconocer que
esa oscuridad es inseparable de la luz. Reside en reconocer que aquello que
estabas buscando, siempre estuvo oculto incluso dentro de tu peor miedo.
Parafraseando a Thomas Hardy, si existe algún camino hacia algo mejor, éste
reside en mirar abiertamente hacia lo peor —y encontrar ahí la profunda
aceptación. Cuando entiendes cómo se manifiesta en ti el sufrimiento,
inmediatamente entiendes cómo se manifiesta en los demás.
A menudo nos enfocamos
tanto en nuestras diferencias individuales que no somos capaces de ver que,
básicamente, todos somos iguales. Todos sufrimos, y todos buscamos una salida a
ese sufrimiento, como el Buda enseñó, cuando observas y entiendes la mecánica
del sufrimiento en ti mismo, ganas una profunda compasión para con el
sufrimiento de los demás —en el verdadero sentido de la palabra compasión (de
com-passio; literalmente, "Yo sufro con").
Cuando veo el dolor como
mío, me pierdo en mi burbuja personal de sufrimiento y me siento desconectado
de la vida, alejado y solo en mi propia miseria. Pero más allá de mi historia
personal de sufrimiento, descubro que el dolor no es realmente mi dolor. Es el
dolor del mundo. Es el dolor de la humanidad. Cuando pierdo a mi padre, el
dolor que experimento no es mi dolor, sino el dolor de cada hijo. Siento dolor
y lo siento junto con cada hijo que algún día perdió un padre. Cuando mi pareja
me deja, me convierto en cualquiera que haya perdido a un ser querido. En los
rincones más íntimos de la experiencia presente, descubro que yo soy el
universo que tanto estoy tratando de salvar, descubro que soy esa compasión que
tanto quiero practicar en el mundo. Descubro que soy los demás, con los que
tanto deseo conectarme. En las profundidades de lo personal, en medio de las
experiencias personales más íntimas y dolorosas, descubro esa verdad impersonal
de la existencia, y ahí, soy libre.
Jeff Foster