Hay varias religiones y sistemas de
filosofía que pretenden dotar de significado a la vida humana. Pero sufren de
algunas limitaciones inherentes. Expresan en palabras finas sus creencias e
ideologías tradicionales, teológicas o filosóficas. Sin embargo, más pronto o
más tarde, los creyentes descubren el limitado alcance del significado y de la
aplicabilidad de esas palabras. Acaban desilusionados y tienden a abandonar los
sistemas, de la misma manera en que se abandonan las teorías científicas,
cuando son cuestionadas por demasiados datos empíricos contradictorios.
Cuando un sistema de interpretación
espiritual llega a ser poco convincente y no es capaz de ser justificado
racionalmente, muchas gentes se permiten ser convertidos a algún otro sistema.
Al poco tiempo, no obstante, encuentran también limitaciones y contradicciones
en el otro sistema. En esta búsqueda infructuosa de aceptación y rechazo, lo
que les queda es solo el escepticismo y
el agnosticismo, lo que les conduce a una manera de vivir insensata, inmersos
en las ventajas groseras de la vida consumiendo solo bienes materiales. A
veces, no obstante, aunque raramente, el escepticismo da lugar a una intuición
de una realidad básica, más fundamental que la de las palabras, las religiones
o los sistemas filosóficos. Extrañamente, ello es un aspecto positivo del
escepticismo.
Sin embargo, ningún libro de enseñanzas
espirituales puede reemplazar la presencia del maestro mismo. Sólo las palabras
habladas directamente para usted por el Gurú desalojan su opacidad
completamente. En la presencia del Gurú los últimos límites erigidos por la
mente se desvanecen. Sri Nisargadatta Maharaj es ciertamente tal Gurú. Él no es
un predicador, pero proporciona precisamente esas indicaciones que el buscador
necesita. La realidad que emana de él es inalienable y Absoluta. Es auténtica.
Habiendo experimentado la veracidad de sus palabras en las páginas de YO SOY
ESO, y siendo inspirados por ello, muchos occidentales han encontrado su camino
en Maharaj, para buscar la iluminación.
La interpretación de la verdad por parte de
Maharaj, no es diferente de la del Jnana Yoga/Advaita Vedanta. Pero, él tiene
una manera suya propia. Las múltiples formas que nos rodean, dice, están
constituidas por los cinco elementos. Ellas son transitorias, y están en un
estado de flujo perpetuo. También son gobernadas por la ley de la causación.
Todo esto se aplica al cuerpo y también a la mente, que son transitorios y que
están sujetos al nacimiento y a la muerte. Sabemos que sólo por medio de los
sentidos corporales y la mente puede ser conocido el mundo.
Como en la teoría de Kant, el mundo es
correlativo del sujeto humano que conoce, y, por lo tanto, tiene la estructura
fundamental de nuestra manera de conocer. Esto significa que el tiempo, el
espacio y la causalidad no son entidades «objetivas» o extrañas, sino
categorías mentales en las que todo es moldeado. La existencia y forma de todas
las cosas depende de la mente. La
cognición es un producto mental. Y el mundo, tal como se ve desde la mente, es
un mundo subjetivo y privado, que cambia continuamente en concordancia con la
inquietud de la mente misma.
En oposición a la mente inquieta, con sus
categorías limitadas —intencionalidad, subjetividad, dualidad etc.— se erige
suprema la sensación sin límites de «yo soy». La única cosa de la que yo puedo
estar seguro es de que «yo soy»; no como un pensamiento de «yo soy» en el
sentido de Descartes, sino sin ningún predicado. Una y otra vez, Maharaj dirige
nuestra atención hacia este hecho básico, con la intención de que nos demos
cuenta de nuestra sensación de «yo soy», y de que nos deshagamos así de todas las
prisiones hechas que nos hemos hecho nosotros mismos. Él dice: la única
afirmación verdadera es «yo soy». Todo lo demás es mera inferencia.
He aquí que el experimentador real no es la
mente, sino mí mismo, la luz en la que todo aparece. El sí mismo es el factor
común en la raíz de toda experiencia, la presenciación en la que todo acontece.
El campo entero de la consciencia es solo como una película, o una mota, en «yo
soy». Al ser consciente de la consciencia, este «yo soy» se presencia a sí
mismo. Y es indescriptible, debido a que no tiene atributos. Es solo ser mí
mismo, y ser mí mismo es todo lo que hay. Todo lo que existe, existe como mí
mismo. No hay nada que sea diferente de mí. No hay ninguna dualidad y, por
consiguiente, ningún sufrimiento. No hay ningún problema. Es la esfera de amor,
en la que todo es perfecto. Lo que acontece, acontece espontáneamente, sin
intenciones —como la digestión, o el crecimiento del cabello. Dese cuenta de
esto, y sea libre de las limitaciones de la mente.
He aquí el sueño profundo, en el que no hay
ninguna noción de ser esto o eso. Sin embargo «yo soy» permanece. Y he aquí el ahora
eterno. La memoria parece traer cosas al presente desde el pasado, pero todo lo
que acontece, acontece solo en el presente. Es solo en el ahora atemporal donde
los fenómenos se manifiestan. Así pues, el tiempo y la causación no se aplican
en realidad. Yo soy antes del mundo, antes del cuerpo y de la mente. Yo soy la
esfera en la que ellos aparecen y desaparecen. Yo soy la fuente de todos ellos,
el poder universal por el que el mundo con su pasmosa diversidad deviene
manifiesto.
Sin embargo, a pesar de su primicia, la
sensación de «yo soy» no es lo Más Alto. No es lo Absoluto. La sensación de «yo
soy», o el sabor de «yo soy» no están absolutamente fuera del tiempo. Al ser la
esencia de los cinco elementos, de una cierta manera, depende del mundo. Surge
a partir del cuerpo, que, a su vez, está hecho de alimento, el cual está
constituido de los elementos. La sensación de «yo soy» desaparece cuando el
cuerpo muere, como la chispa se extingue cuando el bastoncillo de incienso se
consume. Cuando se alcanza la presenciación pura, ya no existe ninguna
necesidad, ni siquiera la de «yo soy», que es solo un señalador útil, un
indicador de dirección hacia lo Absoluto. Entonces la presenciación de «yo soy»
cesa fácilmente. Lo que prevalece es eso que no puede ser descrito, eso que es
más allá de las palabras. Este «estado» es el más real, un estado de
potencialidad pura, que es antes de todo. El «yo soy» y el universo son meros
reflejos de él. Es esta realidad la que ha realizado un jnani.
Lo mejor que usted puede hacer es escuchar
atentamente al jnani —de quien Sri Nisargadatta es un ejemplo vivo— y confiar y
creer en él. Por medio de una tal escucha usted se dará cuenta de que la
realidad del jnani es la realidad de usted. Él le ayuda a usted a ver la
naturaleza del mundo y del «yo soy». Él le insta a usted a estudiar las
operaciones del cuerpo y de la mente con solemne e intensa concentración, a
reconocer que usted no es ninguno de ellos y a deshacerse de ellos. Él le
sugiere que vuelva usted una y otra vez a «yo soy» hasta que ello sea su única
morada, fuera de lo cual no existe nada; hasta que el ego, como una limitación
de «yo soy», haya desaparecido. Es entonces cuando la realización más lata
acontecerá sin esfuerzo.
Dese cuenta de las palabras del jnani, que
rebasan todos los conceptos y dogmas. Maharaj dice: «Hasta que uno deviene
autorrealizado, hasta que uno alcanza el conocimiento del sí mismo, hasta que
uno transciende el sí mismo, hasta entonces, se proporcionan todas estas
historias, todos estos conceptos». Sí, ellos son
conceptos, incluso «yo soy» es un concepto, pero ciertamente no hay conceptos
más preciosos. Es incumbencia del buscador considerarlos con la máxima
seriedad, porque ellos indican la Realidad Más Alta. No hay disponibles mejores
conceptos para deshacerse de todos los conceptos.
Douwe Tiemersma
Facultad de Filosofía
Junio, 1981
Universidad Erasmus
Rotterdam, Holanda