Lo
que caracteriza a los animales es el miedo: a cada momento temen que un rapaz
se los coma. Sólo los humanos que desarrollan su Conciencia llegan a la
libertad de vivir sin miedo, aceptar morir, no temer perder. Pero esta sociedad
inhumana-industrial necesita que los ciudadanos vivan angustiados,
semi-drogados, infantiles. Manipulados por el miedo, compran, consumen,
obedecen, llenan su vacío espiritual con juegos necios, es fácil esclavizarlos.
No hay que idealizar a la prensa ni a ningún medio de comunicación, todos están
manipulados por los grandes y golosos capitalistas. El dinero actual es sólo
simbólico, no representa una materia preciosa: es producto de especulaciones
que se basan en los mercados, mercados vampiros que subsisten si los
humanos-animales no pierden la confianza en el poder político constituido por
actores marionetas… Todo está contaminado por el miedo.
Primero que nada miedo al espacio: se nos ha dado un universo infinito en continua expansión, se nos doma para que nos parezca natural vivir en unos pocos metros cuadrados; las ciudades son cárceles con calabozos estrechos. Se nos enseña el miedo al tiempo: se exalta la juventud, se odia a la vejez, se predica un meloso “aquí y ahora” haciéndonos olvidar que la realización de la raza humana está en el futuro, y que los intentos del universo son los de crear una conciencia inmortal. Miedo a la pobreza: nos sumergen en una lucha encarnizada contra los otros para tener más riqueza, haciendo que no nos demos cuenta que la riqueza es fruto de nuestro trabajo común, nos pertenece por igual a todos. Nos vendan los ojos para que no protestemos porque unos “ricos” acumulan los beneficios de incontables “pobres”. Y el peor de los miedos, el miedo a sí mismo: adentrarse profundamente en nuestro espíritu, atravesar las tinieblas del inconsciente, para encontrar nuestro centro luminoso, libre, produce terror porque nos hace diferentes a todos los sumisos.
Primero que nada miedo al espacio: se nos ha dado un universo infinito en continua expansión, se nos doma para que nos parezca natural vivir en unos pocos metros cuadrados; las ciudades son cárceles con calabozos estrechos. Se nos enseña el miedo al tiempo: se exalta la juventud, se odia a la vejez, se predica un meloso “aquí y ahora” haciéndonos olvidar que la realización de la raza humana está en el futuro, y que los intentos del universo son los de crear una conciencia inmortal. Miedo a la pobreza: nos sumergen en una lucha encarnizada contra los otros para tener más riqueza, haciendo que no nos demos cuenta que la riqueza es fruto de nuestro trabajo común, nos pertenece por igual a todos. Nos vendan los ojos para que no protestemos porque unos “ricos” acumulan los beneficios de incontables “pobres”. Y el peor de los miedos, el miedo a sí mismo: adentrarse profundamente en nuestro espíritu, atravesar las tinieblas del inconsciente, para encontrar nuestro centro luminoso, libre, produce terror porque nos hace diferentes a todos los sumisos.
Alejandro Jodorowsky