Con
frecuencia, las mujeres son injustas en la apreciación general que hacen de los
hombres. En muchos sentidos se sienten «por encima» del varón, piensan que son
más intuitivas, más sensibles, que analizan los hechos con mayor objetividad,
que están acostumbradas a esforzarse más, a tener que luchar para conseguir las
cosas, que son más responsables y, en cierta medida, más inteligentes.
Es
verdad que el hombre es menos intuitivo, pero no es menos sensible, lo que
ocurre es que su sensibilidad es diferente; tampoco es cierto que analice los
hechos con menor objetividad, lo hace de otra forma, incluso más estructurada y
más racional; lo de esforzarse más o menos depende de cada persona. A veces
confundimos conceptos, y lo decimos porque las chicas suelen tener mejor
expediente académico —salvo en asignaturas donde la organización espacial sea
clave—, pero eso no quiere decir que sean más inteligentes, simplemente, tal y
como está ahora especializado su cerebro, tienen un poco más fácil el acceso y
comprensión de muchos aprendizajes, pues el área clave para entender la mayoría
de las materias es el lenguaje (tanto oral como escrito), y esa área la tienen
más desarrollada las mujeres. Sobre el tema de la responsabilidad, de nuevo
tendríamos mucho que analizar.
Las
mujeres, por su naturaleza, son las que se quedaban y se quedan embarazadas;
las que se encargaban, y en su inmensa mayoría se siguen encargando, del
cuidado de los hijos, y este cuidado exige mucha especialización, mucha
atención, determinada sensibilidad y, por supuesto, mucha responsabilidad.
Cuando tienes en tus manos la vida de un ser tan indefenso como es un niño
cuando nace, no te puedes permitir irresponsabilidades, porque pueden terminar
en muerte.
Los
hombres, por su parte, hasta hace poco tiempo se encargaban de otros menesteres
—considérese que cien o doscientos años en la vida de la humanidad es como un
segundo, un pequeño instante—. En sus tareas debían desarrollar mucha fuerza,
gran resistencia física, buena organización espacial (especialmente en el tema
de las guerras y en la caza) y un sentido práctico muy arraigado.
Ellos
no podían entretenerse, tenían que actuar, y lo debían hacer con extrema
rapidez, pues de lo contrario otros podían terminar con su vida.
Su
sensibilidad también debía ser distinta a la de la mujer, pues sus cometidos
eran diferentes. Si en cierta medida no se hubieran hecho más duros, no habrían
soportado la crueldad de sus misiones, incluso la injusticia de las mismas; les
habría vencido el tiempo que debían permanecer fuera de sus hogares, el desgarro
de sus seres queridos. Ya hemos comentado que, al igual que el choque de una
ola contra la roca termina produciendo en ésta una huella indeleble, también
los miles de años haciendo una determinada actividad marcan una especialización
en el cerebro de las personas. Los hombres están acostumbrados a analizar a
partir de la realidad, o de hechos que evidencian una realidad. No les pidamos que sean intuitivos, es ir contra su base biológica. Podemos pedirles que intenten ser más flexibles, más abiertos, que piensen que
hay otras realidades al margen de las que ellos ven, pero no les pidamos
imposibles. Estos hechos, por ejemplo, nos explican por qué un hombre no se da
cuenta de una emoción hasta que ésta es visible; cuando ven que una mujer
llora, se percatan de que está triste, antes podían pensar que estaba rara.
Algo parecido les ocurre con los niños, casi nunca se adelantan a sus crisis, éstas
les estallan, y les cuesta comprender qué les ocurre, qué está pasando dentro
de ellos. Por el contrario, aquí la mujer tiene más ventaja, pero repetimos, no
porque sea más sensible, sino porque está preparada para ello después de miles
de años observando a la prole y ocupándose de su cuidado. Una de las cosas que
las mujeres más critican en los hombres es que éstos son incapaces de hacer dos
cosas a la vez, y es verdad, sucede así porque el cerebro del hombre está
especializado, está dividido en secciones y configurado para centrarse en una
tarea específica. Por eso a ellos les da tanta rabia cuando les interrumpimos;
si están leyendo no nos pueden escuchar o ver simultáneamente la televisión. Lo
mismo les pasa cuando están en medio de la relación sexual, la mujer necesita
hablar y quiere que le hablen mientras hace el amor; al hombre le resulta muy
difícil hablar mientras tiene relaciones. El cerebro de la mujer tiene una
configuración diferente; de tal forma que es capaz de hacer a la vez cosas que
no tienen nada que ver entre sí, y su cabeza siempre está activa. Puede estar
manteniendo una conversación, cocinando y viendo la tele. De nuevo esta
circunstancia no significa que el hombre sea limitado y la mujer tenga más
recursos; de la misma forma que tampoco significa que la mujer sea muy dispersa
y no consiga centrarse en una cosa, que es el argumento que a veces utilizan
algunas mentes que podríamos denominar «machistas».
Lo mismo ocurre con el tema de los problemas. El hombre debía ir resolviéndolos sobre la marcha, lo contrario podría resultar muy peligroso para él; por el contrario, la mujer podía analizarlos, y debía hacerlo, para atender perfectamente las distintas necesidades que iban surgiendo en sus hijos, a medida que éstos crecían.
Lo mismo ocurre con el tema de los problemas. El hombre debía ir resolviéndolos sobre la marcha, lo contrario podría resultar muy peligroso para él; por el contrario, la mujer podía analizarlos, y debía hacerlo, para atender perfectamente las distintas necesidades que iban surgiendo en sus hijos, a medida que éstos crecían.
Al
ser distinta la naturaleza de los problemas que tenían hombres y mujeres,
también debían ser diferentes sus mecanismos de respuesta y afrontamiento.
Como
ya hemos señalado, los problemas que les surgían a los hombres podían ser
vitales para su vida, por lo que requerían toda su atención; por eso se
concentraban al máximo, desconectándose de todo aquello que les pueda distraer
y perjudicar. El vestigio que aún tienen los hombres de esas costumbres es que
ellos siguen concentrándose y aislándose cuando intentan solucionar algo, por
eso cuando están estresados, lo primero que necesitan es desconectarse del
mundo.
De ahí que les resulte tan difícil entender cómo las mujeres se empeñan en distraerles en esos momentos, y como ellas, en lugar de aislarse cuando están en una situación parecida, expresan lo que les preocupa.
Para ellos las mujeres hablan demasiado y no van al grano; además «te cuentan los problemas, y cuando quieres ofrecerles soluciones, se enfadan contigo». Hoy en día, las mujeres siguen analizando y necesitan hablar de lo que les preocupa, y además pueden hablar y escuchar simultáneamente; los hombres no, ellos necesitan intentar resolver y pasar página, por eso se dice que «el hombre archiva los problemas al final de la jornada».
De ahí que les resulte tan difícil entender cómo las mujeres se empeñan en distraerles en esos momentos, y como ellas, en lugar de aislarse cuando están en una situación parecida, expresan lo que les preocupa.
Para ellos las mujeres hablan demasiado y no van al grano; además «te cuentan los problemas, y cuando quieres ofrecerles soluciones, se enfadan contigo». Hoy en día, las mujeres siguen analizando y necesitan hablar de lo que les preocupa, y además pueden hablar y escuchar simultáneamente; los hombres no, ellos necesitan intentar resolver y pasar página, por eso se dice que «el hombre archiva los problemas al final de la jornada».
En consecuencia: Ni
el hombre es simple ni la mujer complicada, son diferentes y complementarios.
Gracias a esas diferencias la humanidad ha seguido su curso. Lo que ocurre
ahora es que en pocos años, apenas en dos siglos, ha tenido lugar una evolución
increíble, que se ha realizado a un ritmo vertiginoso. No sólo nos estamos
refiriendo a la evolución de los conocimientos, sino también al cambio tan
profundo en las costumbres.
Algunos
podrían pensar que los hombres se han quedado un poco descolgados en esta
evolución, y que, por el contrario, las mujeres han sabido adaptarse con más
rapidez. Hombres y mujeres evolucionan, y lo hacen en la medida en que pueden
hacerlo. A veces parecerá que uno ha tomado la delantera, pero ese análisis es
parcial; una visión global nos llevaría a una conclusión más razonable: la
evolución y el desarrollo son imposibles sin la participación de hombres y
mujeres. En ocasiones puede parecer que unos tienen más protagonismo que otros,
la realidad es que nunca podría hacerse sin la intervención de los dos. Recordemos
que no siempre lo que resulta más visible es lo más importante. Si los hombres
no fueran más concretos, las mujeres no podrían ser más abstractas.
En
el fondo, cuando una mujer conoce la psicología masculina encuentra fácilmente
la explicación a la mayoría de las conductas de su pareja; aunque ya hemos
dicho que la comprensión no debe significar, forzosamente, aceptación.
Las conductas del varón,
ésas que tanto pueden desconcertar a las mujeres cuando desconocen los
mecanismos que las impulsan, en realidad tienden a repetirse una y otra vez, de
tal forma que no resulta complicado adelantarse a ellas. Los hombres no son simples, son concretos, y las mujeres no son pesadas y se entretienen dando vueltas a las cosas, son más abstractas, tienen más intuición y observan mejor.
Fuente: Formarse.com