A la sombra del cerezo en flor nadie es un extraño. Para vivir el amor se tiene que ser sensible a la belleza y al carácter único de cada una de las cosas y de las personas con las que uno se relaciona. El amor verdadero no excluye sino que abraza a la Vida entera, tiene una falta absoluta de autoconsciencia y es espontáneo. La luz del sol, la fragancia de una flor o la sombra de un árbol no se producen porque haya alguien cerca ni desaparecen cuando no hay nadie, sino que, al igual que el amor, existen con independencia de las personas. El amor está por encima del amigo y del enemigo. Si no es así no podemos llamarle amor. El amor sencillamente es, sin necesidad de ningún objeto, igual que las cosas son. Y no tienen consciencia de poseer mérito alguno o de hacer el bien. El amor no discrimina a las personas, igual que el sol no puede negar su luz a una persona por muy perversa que ésta sea.
El amor no hace distinciones entre las personas. La máxima expresión del amor es la de amar a todos los seres vivos como una madre o un padre ama a sus hijos. La diferencia entre el sentimiento que tenemos hacia nuestros hijos y el que sentimos hacia otras personas nos indica la calidad de nuestra consciencia y de nuestro amor. Mientras no amemos a todos los seres humanos como a nuestros propios hijos no habremos entendido el amor en su verdadera importancia. Decimos con toda la naturalidad del mundo cuando nos referimos a nuestros seres queridos: “mi hija” o “mi pareja”, pero no son nuestros y, además, abrimos una brecha entre ellos y el resto de la humanidad. Es preciso sentirlos y nombrarlos como “hija” - o como “pareja” (espacio amoroso si lo vemos desde NO DOS).
La persona que es espiritual no ama porque quiera dar algo, ni porque alguien lo necesite o lo merezca, sino porque su corazón sabe únicamente hacer eso, amar. Si nuestro corazón sólo sabe amar dará amor en todas las circunstancias, ocurra lo que ocurra.
Al igual que el árbol, la rosa o el sol, el amor da sin pedir nada a cambio, es gratuito. Hay hombres que no aman a su mujer sino al beneficio económico que le aportan. Hay personas a quienes esto les escandaliza, pero nuestro amor no se diferencia nada del amor de ese hombre cuando buscamos la compañía de quienes nos resultan emocionalmente gratificantes y evitamos la de aquellos que no nos lo parecen. Tampoco se diferencia mucho nuestro “amor” cuando nos sentimos positivamente inclinados hacia quienes nos dan lo que deseamos y responden a nuestras expectativas, mientras abrigamos sentimientos negativos o mera indiferencia hacia quienes no son como esperamos.
No se deben ver las personas como “malas” o “injustas”, sino como inconscientes e ignorantes. Los seres humanos no podemos obrar inadecuadamente conscientemente, nadie puede hacer el mal a consciencia. Quien obra de manera inapropiada y hace daño actúa así porque no sabe lo que hace.
No tenemos que preocuparnos por saber si la persona que amamos nos ama también. El amor verdadero no tiene objeto, sino que es un estado interior de consciencia que permite surgir de nuestro pecho una corriente de amor que vuelve a nosotros después de haber pasado por la Creación. Esto significa un regalo para nosotros mimos pues, a parte del bienestar que produce, vemos que en realidad somos uno con la Vida y que no estamos separados de la totalidad de la Creación. El amor une a todos los seres, es el factor de cohesión de la existencia.
Pero no es fácil amar, y más difícil es perdonar a los enemigos. Si fueran fáciles de realizar quizás no estaríamos reflexionando sobre ello. Además de ser una tarea difícil, nosotros mismos entorpecemos la labor al creernos con el conocimiento y con las fuerzas necesarias para poder amar. Muy pocas personas, desde el conocimiento de su limitación e incapacidad, oran pidiendo la sabiduría y la fortaleza que necesitan para amar a su prójimo. Esto nos debe servir de advertencia, pues pocos podemos declararnos inocentes de este tipo de engreimiento.
La relación con una persona de trato difícil ofrece una oportunidad inmejorable para ejercitar el amor. En todos los momentos de nuestra vida tenemos que ser concientes y obrar adecuadamente, también entonces. La mayoría de nosotros conoce a alguien difícil de amar, y es preciso sentirnos agradecidos por ello. Desde el recuerdo es fácil sentirse agradecidos, pero cuando nos enfrentamos con esa persona todos nuestros aspectos negativos, como la aversión, el odio o la ira, surgen. Un buen momento para ser espirituales también es este, cuando surgen las emociones negativas.
Es una verdadera lástima tener una oportunidad así y no hacer uso de ella. Con todas las personas es necesario que seamos espirituales, no importa quién sea, lo que crea, lo que diga o lo que haga. Lo único importante es ser del todo conscientes y obrar con ellas de manera adecuada. Si así lo hacemos estaremos dando todos un paso hacia la LUZ.
Namaste.