Y
digo que os dispongáis para oír a un auténtico poeta de los que tienen sus
sentidos amaestrados en un mundo que no es el nuestro y que poca gente percibe.
Un poeta más cerca de la muerte que de la filosofía, más cerca del dolor que de
la inteligencia, más cerca de la sangre que de la tinta. Un poeta lleno de
voces misteriosas que afortunadamente él mismo no sabe descifrar; de un hombre
verdadero que ya sabe que el junco y la golondrina son más eternos que la
mejilla dura de la estatua.
La
América española nos envía constantemente poetas de diferente numen, de
variadas capacidades y técnicas. Suaves poetas de trópico, de meseta, de
montaña; ritmos y tonos distintos, que dan al idioma español una riqueza única.
Idioma ya familiar para la serpiente borrada y el delicioso pingüino
almidonado. Pero no todos estos poetas tienen el tono de América. Muchos
parecen peninsulares y otros acentúan en su voz ráfagas extrañas, sobre todo
francesas. Pero en los grandes, no. En los grandes cruje la luz ancha,
romántica, cruel, desorbitada, misteriosa de América. Bloques a punto de
hundirse, poemas sostenidos sobre el abismo por un hilo de araña, sonrisa con
un leve matiz de jaguar, gran mano cubierta de vello que juega delicadamente
con un pañuelito de encaje. Estos poetas dan el tono descarnado del gran idioma
español de los americanos, tan ligado con las fuentes de nuestros clásicos;
poesía que no tiene vergüenza de romper moldes, que no teme el ridículo y se
pone a llorar de pronto en mitad de la calle.
Al
lado de la prodigiosa voz del siempre maestro Rubén Darío y de la extravagante,
adorable, arrebatadoramente cursi y fosforescente voz de Herrera y Reissig y
del gemido del uruguayo y nunca francés Conde de Lautreamont, cuyo canto llena
de horror la madrugada del adolescente, la poesía de Pablo Neruda se levanta
con un tono nunca igualado en América, de pasión, de ternura y sinceridad.
Se
mantiene frente al mundo lleno de sincero asombro y le fallan los dos elementos
con los que han vivido tantos falsos poetas, el odio y la ironía. Cuando va a
castigar y levanta la espada, se encuentra de pronto con una paloma herida
entre los dedos.
Yo
os aconsejo oír con atención a este gran poeta y tratar de conmoveros con él
cada uno a su manera. La poesía requiere una larga iniciación como cualquier
deporte, pero hay en la verdadera poesía, un perfume, un acento, un rasgo
luminoso que todas las criaturas pueden percibir. Y ojalá os sirva para nutrir
ese grano de locura que todos llevamos dentro, que muchos matan para colocarse
el odioso monóculo de la pedantería libresca y sin el cual es imprudente vivir.