18 de noviembre de 2016

UNA CARTA PARA VINCENT VAN GOGH

Me hubiera encantado conocerte, Vincent. Haber estado allí contigo, en ese umbral donde lo sin forma se convierte en forma, haber estado allí en ese precipicio vertiginoso en el que penetramos la vida y somos penetrados a cambio, sin protección, sin respuestas. El campo que todo verdadero artista conoce, teme y al que se siente atraído; del que huye, y al que termina regresando porque no tiene otra opción más que formar parte de él. El campo en el que el yo y el mundo y los otros se disuelven y donde sólo hay girasoles de amarillo brillante y campos de trigo bailando y cielos relucientes estallando con estrellas y estruendosos océanos pintados de añil y blanco y cada sombra teñida de verde y sin un sitio para llamar a casa, excepto allí, en el ver mismo. Un mundo al borde de las lágrimas, al borde de las estrellas, sin alguien que pueda entender, excepto el que deja de intentarlo.
El ver. ¡El ver! ¡A un pelo de la locura, a un pelo del éxtasis! Me hubiera gustado abrazarte ahí, amigo mío. Recordarte que estabas a salvo. Que tu soledad era sagrada y que tu desesperación no era vergonzosa y que incluso tus fantasías e impulsos secretos más oscuros no eran un error, no eran una maldita equivocación o un signo de tu fracaso o prueba de tu enfermedad o el testimonio de que no estabas destinado para este mundo. No, tus defectos humanos no eran nada menos que arte, el arte futuro, como lo llamaste, donde el campesino es rey y el momento más ordinario contiene toda la inmensidad. El arte futuro de ver cada maldita sombra de nuestra imperfecta humanidad como una expresión de la divinidad, la misma divinidad que infundió esos campos de trigo en los que desapareciste por días enteros, pintando, pintando siempre, pintando para siempre. Tus sentimientos eran girasoles también, tu alegría y tu dolor eran tan inmensos y llenos de vida como esos cielos estrellados y océanos, todos estallando con color y luz y un movimiento estremecedor, y todas las sensaciones extrañas surgiendo a través de tu cuerpo, todos los traumas que jamás te atreviste a tocar, fueron hermosos, también, Vincent, y no una amenaza. Para mí, de todos modos. Y para muchos otros que recorren este extraño camino del despertar. Tuviste una familia que nunca conociste. Ojalá nos hubiéramos conocidoEn un campo de trigo en Auvers, una fresca tarde de verano perdiste toda esperanza, o tal vez intuiste una esperanza tan vasta e inalcanzable que finalmente rompió tu espíritu y te disparaste en el pecho con un revólver y dos días más tarde, en una pequeña habitación en el ático, tu corazón se detuvo y te volviste infinito. O el infinito te llevó de vuelta a tus amados campos de trigo, pero ahora inseparable de ellos: de regreso a la luz, de regreso a la madre, de regreso a Casa, y encontraste el más profundo tipo de descanso que jamás conociste en tu corta vida. En esa pequeña habitación te rodearon de girasoles y dalias amarillas y tus últimas pinturas, y lloraron y recordaron, y ninguna iglesia habría podido contenerte de todos modos.Tenías entonces 37 años. 
Oh, no creo que hayas estado loco. Me parece que estabas demasiado vivo para este mundo. Te sentiste conmovido hasta las lágrimas por los pajares y los comedores de patatas, por las prostitutas y las raíces de los árboles. Creo que viste tan profundo y tan vívidamente y no encontraste ningún hogar aquí porque te sentías constantemente desgarrado por esa doble atracción del cielo y la tierra y tal vez nadie te enseñó cómo aceptarte a ti mismo en la misma forma en que tú aceptabas la luz siempre cambiante sobre esos pajares.
Oh. Me hubiera gustado conocerte, amigo. Eso es todo.
Gracias por tu coraje. Gracias por ayudarnos a ver. Gracias por los girasoles, los lirios, los campos de trigo, el almendro, las noches estrelladas.
Jeff Foster 

Fuente: Jeff Foster en español (Facebook)
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