El arte de la meditación
es una manera de ponerse en contacto con la realidad. Y la razón para meditar
es que la mayoría de las personas civilizadas han perdido el contacto con la
realidad. Confunden el mundo tal como es con el mundo tal como ellos lo piensan,
tal como hablan de él y lo describen. Porque por una parte está el mundo real y
por otra hay todo un sistema de símbolos ―referentes a ese mundo― que llevamos
en nuestra mente. Son símbolos muy, muy útiles; toda la civilización depende de
ellos. Pero, como todas las cosas buenas, tienen sus desventajas, y la
principal desventaja de los símbolos es que los confundimos con la realidad, de
la misma manera que confundimos el dinero con la auténtica riqueza y nuestro
nombre, la idea y la imagen que tenemos de nosotros mismos, con nosotros.
Por cierto que, desde el
punto de vista de un filósofo, "realidad" es una palabra peligrosa.
Un filósofo me preguntará qué quiero decir al hablar de "realidad".
¿Estoy hablando del mundo físico de la naturaleza, de un mundo espiritual o de
qué? Tengo una respuesta muy simple: cuando hablamos del mundo material usamos,
de hecho, un concepto filosófico. De la misma manera, si decimos que la
realidad, en sí misma, no es un concepto. La realidad es ... (sonido de un
gong). Y no le daremos nombre.
Es asombroso todo lo que
no existe en el mundo real. Por ejemplo, en el mundo real no hay cosas ni hay
sucesos. ¡Lo cual no significa que el mundo real sea un vacío totalmente
informe y sin interés! Significa que es un maravilloso sistema de danzas y
vibraciones en medio del cual vislumbramos cosas y sucesos, de la misma manera
que proyectamos imágenes sobre una mancha del Rorschach o escogemos en el cielo
determinados grupos de estrellas y los llamamos constelaciones. Pues bien, en
la visión de nuestra mente y en nuestro sistema de conceptos hay grupos de
estrellas, pero no están allá fuera, como constelaciones ya agrupadas en el
cielo. De la misma manera, la diferencia entre cada uno de nosotros y el resto
del universo no es más que una idea, no una verdadera diferencia. La meditación
es un camino por el cual llegamos a sentir nuestra inseparabilidad básica de la
totalidad del universo. Lo que es cesariano para eso es que nos callemos, que
nos silenciemos interiormente e interrumpamos la cháchara interminable que nos
resuena dentro del cráneo.
La mayor parte de nosotros
pensamos de manera compulsiva durante todo el tiempo; hablamos con nosotros
mismos. Si todo el tiempo estoy hablando, no oigo lo que alguien tenga que
decirme. Exactamente de la misma manera, si pienso todo el tiempo, es decir, si
estoy continuamente hablando conmigo mismo, no tengo nada en qué pensar, a no
ser pensamientos, ideas. Por ende, estoy viviendo totalmente en el mundo de los
símbolos sin estar jamás en relación con la realidad. Y quiero ponerme en
contacto con la realidad: ésa es la razón básica para la meditación.
Hay otra razón, pero es un
poco más difícil de entender. Podríamos decir que la meditación no tiene una
razón o que no tiene un propósito. En ese aspecto no se parece a casi ninguna
otra cosa de las que hacemos, salvo, quizás, a tocar música y a bailar. Al
tocar música no lo hacemos con el propósito de llegar a cierto punto, digamos
el final de la composición. Si tal fuera el propósito de la música, es evidente
que los ejecutantes más rápidos serían los mejores. Tampoco cuando bailamos nos
proponemos llegar a un determinado lugar del suelo, como cuando hacemos un
viaje. Cuando bailamos, la meta es el viaje mismo, tal como cuando tocamos
música, la meta es tocar. Y exactamente lo mismo es válido para la meditación.
La meditación es el descubrimiento de que siempre estamos llegando en el
momento inmediato a la meta de la vida.
Por consiguiente, si uno
medita por un motivo ulterior, es decir, por una mejora mental o del carácter,
para ser más eficiente en la vida, tiene los ojos puestos en el futuro y no
está meditando. El futuro es un concepto ¡algo que no existe! ¡No hay nada que
sea "mañana"! Ni jamás lo habrá, porque el tiempo es siempre ahora.
Esa es una de las cosas que descubrimos cuando dejamos de hablar con nosotros
mismos y dejamos de pensar. Nos encontramos con que no hay más que un presente,
únicamente un eterno ahora.
Cuando uno medita no lo
hace por ninguna razón, en absoluto, a no ser por el placer de hacerlo. Y aquí
enunciaría el principio fundamental de que la meditación ha de ser grata; no es
algo que se hace como un penoso deber. El problema de la religión actual es que
está enormemente mezclada con deberes y obligaciones temibles y desagradables.
Cosas que se hacen porque "son buenas para uno". Es una especie de
auto-castigo. La meditación, cuando se practica correctamente, no tiene nada
que ver con eso; es una especie de comprensión y disfrute del presente, una
suerte de fascinación ante el eterno ahora, que nos conduce a un estado de paz
en el que podemos entender que el sentido de la vida, el ámbito donde se da, es
simplemente aquí y ahora.
Fuente: Alan Watts. Nueve
meditaciones
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