Donde
hay amor no hay deseos. Y por eso no existe ningún miedo. Si amas de verdad a
tu amigo, tendrías que poder decirle sinceramente: "Así, sin los cristales
de los deseos, te veo como eres, y no como yo desearía que fueses, y así te
quiero ya, sin miedo a que te escapes, a que me faltes, a que no me
quieras." Porque en realidad, ¿qué deseas? ¿Amar a esa persona tal cual
es, o a una imagen que no existe? En cuanto puedas desprenderte de esos
deseos-apegos, podrás amar; a lo otro no se lo debe llamar amor, pues es todo
lo contrario de lo que el amor significa.
El
enamorarse tampoco es amor, sino desear para ti una imagen que te imaginas de
una persona. Todo es un sueño, porque esa persona no existe. Por eso, en cuanto
conoces la realidad de esa persona, como no coincide con lo que tú te
imaginabas, te desenamoras.
La
esencia de todo enamoramiento son los deseos. Deseos que generan celos y
sufrimiento porque, al no estar asentados en la realidad, viven en la
inseguridad, en la desconfianza, en el miedo a que todos los sueños se acaben,
se vengan abajo.
El
enamoramiento proporciona cierta emoción y exaltación que gusta a las personas
con una inseguridad afectiva y que alimentan una sociedad y una cultura que
hacen de ello un comercio. Cuando estás enamorado no te atreves a decir toda la
verdad por miedo a que el otro se desilusione porque, en el fondo, sabes que el
enamoramiento sólo se alimenta de ilusiones e imágenes idealizadas.
El
enamoramiento supone una manipulación de la verdad y de la otra persona para
que sienta y desee lo mismo que tú y así poder poseerla como un objeto, sin
miedo a que te falle. El enamoramiento no es más que una enfermedad y una droga
del que, por su inseguridad, no está capacitado para amar libre y gozosamente.
La
gente insegura no desea la felicidad de verdad; porque teme el riesgo de la
libertad y, por ello, prefiere la droga de los deseos. Con los deseos vienen el
miedo, la ansiedad, las tensiones y..., por descontado, la desilusión y el
sufrimiento continuos. Vas de la exaltación al desespero.
¿Cuánto
dura el placer de creer que has conseguido lo que deseabas? El primer sorbo de
placer es un encanto, pero va prendido irremediablemente al miedo a perderlo, y
cuando se apoderan de ti las dudas, llega la tristeza. La misma alegría y
exaltación de cuando llega el amigo, es proporcional al miedo y al dolor de
cuando se marcha... o cuando lo esperas y no viene... ¿Vale la pena? Donde
hay miedo no hay amor, y podéis estar bien seguros de ello. Cuando despertamos
de nuestro sueño y vemos la realidad tal cual es, nuestra inseguridad termina y
desaparecen los miedos, porque la realidad es y nada la cambia. Entonces puedo
decirle al otro: "Como no tengo miedo a perderte, pues no eres un objeto
de propiedad de nadie, entonces puedo amarte así como eres, sin deseos, sin
apegos ni condiciones, sin egoísmos ni querer poseerte." Y esta forma de
amar es un gozo sin límites.
¿Qué
haces cuando escuchas una sinfonía? Escuchas cada nota, te deleitas en ella y
la dejas pasar, sin buscar la permanencia de ninguna de ellas, pues en su
discurrir está la armonía, siempre renovada y siempre fresca. Pues, en el amor,
es igual. En cuanto te agarras a la permanencia destruyes toda la belleza del
amor. No hay pareja ni amistad que esté tan segura como la que se mantiene
libre. El apego mutuo, el control, las promesas y el deseo, te conducen
inexorablemente a los conflictos y al sufrimiento y, de ahí, a corto o largo
plazo, a la ruptura. Porque los lazos que se basan en los deseos son muy
frágiles. Sólo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen
siempre vulnerable.
Tony
de Mello