Si
eres una mujer de edad y atrevida, quizá no seas jardinera, pero sin duda
alguna tendrás mano para las plantas. Las ancianas se encuentran en la fase
creativa de la vida, la época de propiciar el crecimiento. Las plantas y las
personas reaccionan ante esas ancianas de mano experta. (Como también
reaccionaría el planeta mismo si un número importante de mujeres maduras se aplicara
en esta tarea.) Las ancianas alimentan el crecimiento.
Quitan
muy bien las malas hierbas. Podan. Saben que las diferentes plantas y personas necesitan
condiciones distintas para fructificar. Protegen todo aquello que es vulnerable
hasta asegurar su supervivencia. Las ancianas han aprendido a tener paciencia y
pueden esperar el paso de las estaciones. Saben que lo pequeño deviene grande,
que hay cosas que pueden florecer o dar fruto antes de morir.
La
jardinería es una metáfora, pues representa lo que podríamos hacer en realidad
en un ámbito más personal. Trabajar con las manos, cavar la tierra para
introducir en ella las plantas de cultivo o las semillas, sentir el sol y la
brisa, quizá incluso sudar y ensuciarse, son placeres tan intensos, si no
superiores, como el hecho de comer tomates maduros o poner un ramito de flores recién
cortadas en casa. Si te encanta la jardinería (o cualquier otra cosa que te
llegue al alma), pierdes la noción del tiempo, y el momento presente te absorbe.
Es esa misma cualidad la que marca la diferencia entre lo que te alimenta, o te
da energía, y lo que
te deja vacía. Una tarea que para alguien puede ser pesada es divertida para
otro.
Una
profesora, terapeuta, editora, maestra, directora o madre, o incluso una
clarividente que sepa desarrollar el potencial del otro, dotadas todas ellas de
mano experta, son como las jardineras que aman su trabajo: saben reconocer lo
frágil y titubeante y comprenden que deben tratarlo con ternura, ven lo que
posee algún valor y tiene pleno sentido, y también lo que debe ser eliminado en
la poda con las tijeras.
La
gente crece y florece contigo cuando se dan estas condiciones; y a ti, al mismo
tiempo, también te influye esa presión que te desafía a madurar. A medida que
las mujeres inician sus años de vejez la implicación en esta tarea irá
cambiando. Los hijos se convierten en adultos independientes, llega, o planea en
el horizonte, la jubilación, mudarse es una opción o una necesidad, y suceden acontecimientos
predecibles e impredecibles. No es sólo que cambien
las circunstancias externas; los pensamientos, los sentimientos y los sueños
también pueden modificarse y cambiar. Muchas mujeres sienten la atracción de la
soledad llegado este momento, y quieren dedicarse a reflexionar, expresarse, desarrollar
su vida interior, o simplemente quieren tomarse un tiempo libre, al margen de
los demás. Es necesario, sobre todo, disponer de tiempo interior cuando
comienza una nueva etapa de tu
vida. Una anciana almacena y decide cuáles serán las dimensiones de su jardín,
y lo que plantará en él, cuando llegue su estación.
Las
mujeres siempre han tenido que hacer malabarismos con los distintos papeles que
encarnan. Eso era innegable cuando la mayoría eran amas de casa y madres a
dedicación completa; y en la actualidad, que las mujeres además poseen un trabajo
o ejercen una profesión, eso es más cierto que nunca.
La vida de una
mujer siempre requería flexibilidad y el dominio de diversas habilidades, pero
la vida tradicional como tal era mucho más predecible. La generación de las
mujeres que crearon el Movimiento
para la Liberación de la Mujer se benefició de las oportunidades que aquello
generó, abrieron nuevos caminos. No disponían de la posibilidad de seguir otras
pisadas, y tampoco podían fijarse demasiado en la senda que siguieron sus
madres. Nos convertimos en el modelo que había que seguir en lo que a distribución
de papeles se refería, en refugios de esperanza, cajas de resonancia, y en apoyo
y consuelo expertos que nos dedicábamos las unas a las otras. Ser una mujer que
cuenta con buenas amigas es desde hace muchos años como participar en una
terapia de grupo sobre supervivencia en la que se cuentan las experiencias
vividas. Nosotras aprendimos a partir de las historias que vivieron esas amigas,
y al mismo tiempo vivimos nuestro propio experimento.
Es
ahora cuando nos damos cuenta de que nos hacemos viejas. Durante los años más
significativos de la madurez son muchas las mujeres sabias que, aunque aman su
profesión, deciden trabajar menos, escogen respecto a sus proyectos futuros o
se centran en objetivos más ambiciosos y creativos. Para otras, en cambio, la jubilación
puede ser liberadora. Por fin, contamos con tiempo para nosotras mismas, para
nuestros objetivos, para desarrollar la creatividad, los pasatiempos y las
aficiones. Las mujeres asalariadas que tenían que trabajar cuarenta horas por
semana, tomar el tren cada día y ocuparse de la casa debían de tener muy poco
tiempo disponible, o una renta modesta, y, sin embargo, ahora que son ancianas
cuidan de su propio jardincillo, cultivan sus aficiones y recogen las semillas
de los diversos planes para plantarlos. Finalmente les ha llegado la hora, a
ellas y a nosotras. La jardinería requiere atención. Existen plagas
insignificantes y grandes plagas destructivas contra las cuales tenemos que tender
una barricada. Donde yo vivo, por ejemplo, las familias de alces contemplan
nuestros jardines como si fueran restaurantes.
En
cuanto a los jardines metafóricos, la amenaza, por lo general, viene bajo la
forma de bípedo. Como ya saben desde hace tiempo las mujeres que trabajan en
casa, si no construimos unos límites sólidos que protejan nuestro propio
tiempo, los demás dan por sentado que pueden entrometerse en nuestra vida
priorizando sus necesidades. Cuando nos jubilamos, la habilidad de mantener intactos
nuestros límites es absolutamente necesaria. El jardín que somos nosotras es el
que necesita, más que ningún otro, disponer de buena mano para las plantas y de
vallas muy resistentes.
Jean
Shinoda Bolen
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