La
mayoría de las mujeres se convierten en grandes expertas de las conversaciones
que sirven para darse ánimos, práctica que en sí misma conduce a la
superficialidad cuando, por lo general, las verdades incómodas o las diferencias
de opinión no se pronuncian por una cuestión de educación. Decir lo que los
demás desean oír, en lugar de lo que es cierto, se puede convertir en una
segunda naturaleza. El desafío, que nos hará ancianas, consiste en aprender a
mostrarse sincera y compasiva. La observación es el primer paso: escuchar de verdad
lo que nos cuentan. ¿Acaso deseamos profundizar en la conversación? ¿Actuamos
por educación o por cobardía? ¿Vale la pena intervenir en este momento? La
sabiduría de la anciana interior está en saber cuándo hay que hablar y qué hay
que decir.
La
verdad es afilada: es un instrumento que puede causar dolor, heridas,
desfiguraciones o amputaciones; o bien puede ser el escalpelo del cirujano que
extrae un cuerpo maligno o reconstruye una cara destrozada, y con ello restaura
la salud o la autoestima. Las
mujeres tienen tendencia a ocultar la verdad a aquellos que más les importan
emocionalmente, y, al actuar de este modo, alimentan y fortalecen sus
debilidades. Si estás padeciendo una relación abusiva, no sólo permites que lo
peor de la otra persona te oprima, sino que además refuerzas su comportamiento.
La anciana que hay en toda mujer lo sabe. Escúchala, y decide no colaborar con
el abuso. Sobre todo si proviene de un hijo o una hija, y esa mala conducta ha
reorganizado este mal comportamiento. La anciana sabe cuándo sucede algo que
debe afrontar. Si escuchas a la anciana interior, tendrás que recordar el
principio siguiente: «Hacer es
transformarse»; es decir, al actualizar la conducta de la mujer madura, nos
volvemos mujeres valientes y sabias. No querer que una amiga se sienta incómoda
y ocultarle la verdad, no le va a servir de nada: las amigas se dicen la
verdad. ¿Tiene mal aliento? ¿No presta atención a su aspecto? ¿Te preocupa la
cantidad de alcohol que ingiere? Podríamos estar ante las primeras señales de
una depresión causada por la soledad o una pérdida, ante los síntomas que
remiten a problemas médicos, metabólicos o nutricionales, ante los efectos secundarios
de un medicamento recetado, ante el uso del alcohol como sustitutivo de una
medicación o ante la preocupación por un problema no compartido. Quizás a tu
cónyuge o a tu amiga les falla la memoria, y, si éste fuera el caso, no hacer,
ni decir nada, oculta una información que podría ser crucial para ganar tiempo.
Una
anciana desea saber la verdad (para ayudarse a sí misma y a los que ama); lo
cual significa que irá ella sola o acompañará a una amiga al médico, al abogado
o a una reunión de Alcohólicos Anónimos. Las ancianas se valoran a
sí mismas, y valoran sus relaciones: ¿quién nos importa y a
quién importamos en realidad? Entre las conocidas
y amigas, ¿hay alguna que nos deja vacías y que, sea porque se siente con derecho, sea por sus persistentes invitaciones, sea por su necesidad,
nos manipula para que pasemos el
rato con ella? Pienso en las historias de aquellas mujeres con cáncer que luego yo narré en Cióse to the Bone\ me dijeron que «el cáncer fue una cura
para su codependencia», es decir,
que finalmente sentían que tenían una excusa lo bastante buena como para no ver a personas que les hacían sentirse culpables
si no las escuchaban, o si no se reunían con ellas. Al igual que les sucede a las
pacientes de cáncer, las ancianas sabias saben que su tiempo y su energía son
preciosos: «Todo lo que haces se resta
de lo que hubieras podido hacer de otro modo».
Si
ya es hora de que demos por finalizadas algunas relaciones y de disponer de
tiempo para nosotras mismas y para aquellos que en realidad nos importan en la
vida, necesitamos enfrentarnos a eso, y esos propósitos son los que hemos de
llevar a cabo. Los principios son: ser sincera y amable; el desafío estriba en
cómo ponerlo en práctica, y saber si es posible. Lo más fácil de recortar son
los tira y afloja sociales. En este caso, lo único que se puede hacer es
desaparecer. Los conocidos que nos envían postales durante las vacaciones
entran en esta categoría. Lo único que hay que hacer es dejar pasar dos años
sin enviarles noticias nuestras. El mismo principio es aplicable a las excusas
que nos hemos de inventar ante una invitación. El mensaje de que no estamos
libres es ambiguo, y está abierto a las interpretaciones. Cuando el desaparecer
funciona, no hay tensión si nos cruzamos en actos en los que asistan las dos
partes. Las relaciones más difíciles, las que te agotan, parece, no obstante,
que nunca terminan tan fácilmente, y éstas sí que son un verdadero desafío. Es
duro mantenernos firmes delante de la otra persona: lo que digamos puede que
posea un tono defensivo que nos lleve a "ceder" y seguir como antes;
o bien quizá nos veamos inmersas en una rueda de conversaciones culpable-culpa que
sólo conseguirá hacernos daño. Es mejor atribuir la retirada a ciertos cambios
que suceden en nosotras, quizá por causa de un retraimiento, por la necesidad
de estar solas para desarrollar nuestra creatividad o algún compromiso que
requiere de todo nuestro tiempo, arguyendo además la petición de que nuestro
esfuerzo se respete. Una mujer diagnosticada de cáncer me contó que le había
dicho a varias personas que no esperaran encontrarla disponible para mantener
conversaciones telefónicas, recibir visitas porque, según sus propias palabras,
«necesito toda la energía que tengo para
curarme». La determinación y la claridad del mensaje cuando se comunica que algo ha terminado es todo un
detalle cuando la alternativa es la
de un proceso doloroso, eterno y larguísimo. Sobre todo cuando se trata de sentimientos amorosos no correspondidos. Las ancianas atrevidas son personas
atractivas, divorciadas o viudas, interesadas
o no en encontrar a un nuevo compañero. Seleccionar
agencias matrimoniales y páginas web por Internet en las que se ofrecen parejas serias es un método convencional para conocer a posibles candidatos.
Sin embargo, también se pueden
conocer en encuentros ocasionales, en especial cuando las mujeres salen solas. Los encuentros ocurren del modo más tradicional, esa manera que tienen las
personas que no están casadas de
conocerse: a través de amigos comunes. Así, es posible que conozcamos hombres con unas intenciones que no sean de nuestro agrado y, no obstante,
entren en nuestra vida, se enamoren
y se muestren persistentes, sin darse cuenta, o sin querer captar el mensaje, de que no estamos interesadas. Una anciana termina esta clase de
relaciones limpiamente, con claridad y
mucho respeto. No se siente culpable, ni responsable, de la falta de reciprocidad de sus sentimientos. Sabe que ella no le condujo a eso, ni le debe nada, aunque
él piense de otra manera y así se lo
comunique. La mujer se muestra clara y sin
ambivalencias frente a esa historia que ha terminado. Si eres una mujer que no sabe actuar con decisión, cederás cuando él insista y saldrás con él, o
bien te dará pena y lo volverás a
ver; o incluso le dirás que no te llame, y, cuando él te telefonee, mantendréis conversaciones larguísimas. Quizá pienses que puede parecer mezquino o,
como mínimo, desconsiderado
actuar de otro modo. En ese caso te ofrezco una imagen que podría ayudarte a
mostrarte firme y decidida. Piensa en la costumbre de recortar la cola de los
cachorros cócker spaniel: no sería muy correcto ir cortándoles la cola a
trocitos, sobre todo cuando la tarea puede realizarse con un corte limpio,
contundente y definitivo. Muchas
ancianas saben que la verdad nos libera. Hay que ser valiente para mostrarse
como una es cuando «no se lo digas a nadie» o «¿qué dirán los vecinos?», son
frases con las que nos han martilleado durante la infancia. Muchas mujeres
necesitan sentir compasión por la niña traumatizada o avergonzada que todavía
albergan en sí mismas, así como romper las cortapisas que la vergüenza todavía
les impone. Cuando tal es el caso, la verdad se bloquea y nos queda una herida
emocional sin sanar.
Las
ancianas no viven fingiendo, ni se encogen de miedo ante la idea de la condena
o el rechazo, echando marcha atrás en los momentos significativos en los que se
mantienen conversaciones incómodas. Sentirse avergonzada supone estar oprimida
por partida doble: primero por lo que fue, y segundo por la sensación de poca
valía que eso despierta en nosotras. Muchas mujeres han sufrido malos tratos en
su infancia, o proceden de familias pobres,
alcohólicas o sin educación, o bien han abortado, son lesbianas en secreto, o
crecieron guardando secretos familiares. En algún momento de sus vidas, la
mayoría recuerda que temió que estas verdades llegaran a saberse. No obstante,
las ancianas también recuerdan el momento y la persona con quien rompieron este
tabú de silencio como el primero en el que se sintieron plenas.
Decir la verdad
es ser capaz de afirmar que «yo soy así». Nunca es lo que sucedió, sino el modo
como reaccionamos ante lo que ocurrió lo que importa. Oculto en forma de
secreto, te conviertes en una víctima, sola con tu sufrimiento. Cuando encuentras
el coraje suficiente para decir la verdad, empiezas a liberarte del pasado que
antes te retenía como rehén.
Las ancianas tienen por costumbre decir la verdad.
Shinoda Bolen
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