¿Qué
es el miedo?
S.-
Lo que usted dice da miedo. Yo me pregunto si la conciencia, en lo más profundo
de sí misma, no tiene necesidad de este miedo. Eso explicaría por qué se lo
mantiene constantemente, alimentado por las religiones, que se supone son
refugios y tranquilizantes. Ellas alimentan el miedo, impidiendo que la
conciencia se perciba tal como es. Ellas interponen, entre la conciencia y la
realidad, la pantalla de las doctrinas teológicas.
K.-
Este problema es profundo y vasto a la vez. Abordémoslo explorándolo,
palpándolo, por así decirlo, por diversos lados. El miedo es tiempo y pensamiento. Le damos una continuidad al miedo
por medio del pensamiento, y por medio del pensamiento le damos una continuidad
al placer. Este hecho es sencillo: pensando en el objeto de nuestro placer, le
otorgamos al placer una continuidad, y lo mismo hacemos con el miedo, pensando
en el objeto de nuestro temor. Si yo
tengo miedo de usted -o de la muerte, o de alguna otra cosa - pienso en
usted o en la muerte y así alimento el miedo. Si, por el contrario, llegásemos
a encontrarnos cara a cara con el objeto de nuestro miedo, éste cesaría.
S.-
¿Cómo es eso?
K.-
Hablo del miedo psicológico, no del
miedo de un peligro físico que uno trata de alejar, lo cual es natural.
Considere usted el miedo a la muerte. ¿En qué consiste ese miedo? Dividimos la
totalidad del fenómeno vital en vida y muerte. La vida es conocida, y de la
muerte nada se sabe ¿Se tiene miedo de lo que no se conoce, o más bien se tiene
de perder lo que uno conoce? Es evidente que vida y muerte son dos aspectos de
un mismo fenómeno. Si dejamos de considerarlos como dos fenómenos diferentes,
ya no hay conflicto.
S.-
No podríamos preguntarnos qué es el
miedo en sí?
K.-
No hay miedo en sí. Nunca hay miedo que
no sea miedo de algo.
S.-
Pero ¿no existe un miedo fundamental?
El problema de la
muerte.
K.-
No. El miedo es siempre miedo de algo.
Examine el asunto con suma atención y verá que es así. Todo miedo, aun
inconsciente, es el resultado de un pensamiento. El miedo que se halla presente
en todas partes y el miedo psicológico, en el interior del yo, son siempre el
miedo de no ser. De no ser esto o aquello, o simplemente de no ser. La
contradicción evidente entre el hecho de que todo lo que existe es transitorio,
y la búsqueda de una permanencia psicológica: ese es el origen del miedo. Para
vernos libres de él, debemos investigar en su totalidad la idea de la
permanencia. El hombre que no tiene
ilusiones no tiene miedo. Eso no quiere decir que sea cínico, amargado o
indiferente.
S.-
Eso significa que él ha visto que la
estructura psicológica en la cual basa la noción de su propia identidad no es
real, es sólo verbal.
K.-
Estamos, pues, ante uno de los mayores problemas: la muerte. Para comprender
esta cuestión, no de forma verbal sino realmente, o sea, para profundizar con
realismo en el hecho de la muerte, hay que desprenderse de todo concepto, de
toda especulación, de toda creencia que tengamos, porque toda idea que pueda
tenerse sobre este asunto estará engendrada por el miedo. Si nosotros, usted y
yo, no tenemos miedo, podremos plantear correctamente el problema de la muerte.
No nos preguntaremos qué sucede -después-, sino que exploraremos la muerte como
un hecho en sí misma. Para comprender lo que es la muerte, toda búsqueda
mendigante en las tinieblas debe cesar. ¿Estamos nosotros, usted y yo, en esa
disposición de espíritu que no busca saber lo que hay -después de la muerte-,
sino que se pregunta qué es la muerte? ¿Percibe usted la diferencia? Si uno se
pregunta qué hay -después-, es porque no se ha preguntado qué es la muerte.
¿Estamos en condiciones de hacernos esta pregunta? ¿Puede uno realmente
preguntarse qué es la muerte mientras no se pregunte qué es la vida? ¿Es acaso
posible preguntarse qué es la vida a base de nociones, ideas y teorías sobre
ella? ¿Cuál es la vida que conocemos? Nosotros conocemos la existencia de una
conciencia que se debate sin cesar en toda clase de conflictos, internos y
externos. Desgarrada por sus contradicciones, esta existencia esta encerrada en
el círculo de sus exigencias y de sus obligaciones, de los placeres que busca y
de los sufrimientos que rehúye. Estamos enteramente embargados por un vacío
interior, que la acumulación de posesiones materiales y mentales jamás puede
colmar. En tal estado, no podemos plantearnos el problema de lo que es la
muerte, porque no nos hemos planteado la cuestión de lo que es la vida. La
existencia que conocemos, ¿es la vida? Las explicaciones como: resurrección de
los muertos, reencarnación, etc., ¿provienen de un conocimiento de la muerte?
Solo son meras proyecciones de ideas que nos forjamos acerca del fragmento de
existencia que llamamos -vida-. Morir para la estructura psicológica con la
cual nos identificamos; morir cada minuto, cada día, en cada acto que
realizamos; morir para el placer inmediato y para la continuidad del dolor, y
saber todo lo que está implícito en ese morir; entonces, es cuando estamos en condiciones
de formular la pregunta: ¿qué es la
muerte?
No
se discute con la muerte corporal. Sin embargo, sólo aquellos que saben morir
de instante en instante pueden evitarse iniciar con la muerte un diálogo
imposible. En esa muerte constante hay una renovación constante, un frescor que
no pertenece al mundo de la continuidad en la duración. Ese morir es creación.
Creación es muerte y amor.
Las iglesias nada
pueden.
S.-
Tengo que hacerle algunas preguntas sobre religión. Las grandes religiones más
recientes han nacido, sin embargo, en épocas en las que se creía que la tierra
era plana, que el sol recorría la bóveda celeste, etc. Hasta una época reciente
(la de Galileo no está tan lejos) las religiones imponían por la violencia una
serie de imágenes infantiles del cosmos. Hoy, no pudiendo hacer otra cosa, se
colocan al lado de la ciencia y se contentan con declarar que sus cosmogonías
son simplemente simbólicas. Pero proclaman que, a pesar de esta capitulación,
son depositarias de las verdades eternas. ¿Qué piensa usted de eso?
K.- Las religiones
hacen su propaganda con el fin de obtener poder sobre las conciencias. Procuran
apoderarse de la infancia para condicionarla mejor. Las religiones de las
Iglesias y las de los Estados, proclaman la necesidad de todas las virtudes,
mientras que su historia no es sino una serie de violencias, de terrores, de
torturas, de matanzas inimaginables.
S.-
Pero ¿no cree usted que hoy en día las Iglesias son menos combativas? ¿No vemos
a los jefes de las más grandes Iglesias declarar que la fraternidad humana es
lo más importante y que el culto es secundario?
K.- Si la
declaración de fraternidad es más importante que el culto, se debe a que el
culto ha perdido su importancia incluso ante sus pontífices. Este
pretendido universalismo es a lo sumo una simple tolerancia. Ser tolerante, es
apenas tolerar al vecino con ciertas condiciones. Toda tolerancia es
intolerancia, así como la no-violencia, es violencia.
De
hecho, en nuestra época, la religión, como verdadera comunión del hombre con
aquello que lo supera, no desempeña ningún papel en la trayectoria de los
asuntos humanos. Más bien es todo lo contrario: las organizaciones religiosas
son instrumentos políticos y económicos.
S.-
Pero ¿no pueden esas organizaciones religiosas guiar a los hombres hacia una
realidad que está más allá de ellos mismos?
K.-
No.
Siempre juntos. Siempre
Positivos.
Marcelo dos Santos